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Libros que laten - La hija de la española



Ana Rosa López Villegas

 

El primer libro que compré al volver a Alemania fue la novela de Karina Sainz Borgo, La hija de la española (Lumen, 2019). En el lento camino por recuperar los lugares y las personas que este país me había dejado marcados durante los primeros casi diez años que viví aquí, la librería Thalia de Karlsruhe guardaba para mí el mismo rinconcito de libros en español que solía frecuentar y que escudriñaba con voracidad en busca de lecturas que me acariciaran el alma con historias escritas en mi lengua materna. Así también llegó esta novela a mis manos. Cuando leí el título recordé que ya lo había visto antes en una publicación de periódico en mi Bolivia natal, quizá antes de octubre de 2019, cuando el caos social y la incertidumbre política todavía no formaban parte del cotidiano vivir de los ciudadanos de La Paz. Ironía de nombre para una ciudad que ni duerme ni deja dormir.

“Enterramos a mi madre con sus cosas: el vestido azul, los zapatos negros sin cuñas y las gafas multifocales”, así dice la primera línea del libro que llegó directo a mi tristeza, esa que cargaba yo apenas amainada por la reciente partida de mi mamá. Nosotros la enterramos con su traje azul, pantalón y saco, con sus zapatos negros, sin sus lentes, sin sus aretes, sin su reloj, sin su anillo. Ella se llevó el rosario de mi hermana entre sus manos y pegada a su pecho la poesía de amor que le escribió el más pequeño de sus nietos.

No fue difícil meterse en la piel de Adelaida, la protagonista de la historia. No fue difícil imaginarme la ciudad de Caracas que el libro describe, porque anduve sobre sus calles y respiré de sus aires. No fue difícil pensar en Venezuela, mi patria prestada y de la que es originario el compañero de mis días y el padre de mis dos hijos, boliviano-venezolanos. La historia fluyó como un río caudaloso y me embriagó en seguida. Fue de esos libros que, como antes en este latitud tan lejana y cercana a la vez, me hacía perder la noción del tiempo, del espacio y de las paradas del tranvía en las que debía bajar.

En el libro, Adelaida transita uno de los episodios más intensos de su vida y se atreve a cazar los arrebatos que las circunstancias que la rodean le ofrecen para convertirlos en oportunidades de sobrevivencia. Porque su obligación era sobrevivir. Y en esa lucha, Adelaida desnuda a la guerrera que le hace frente a las batallas que desde afuera y desde adentro la bañan de sobresaltos y la motivan a tomar decisiones que hacen juego con la endemoniada cotidianidad de una ciudad secuestrada por los Hijos de la Revolución, seres amamantados por una política demencial que parece nunca terminar.

“Esta es una historia de ficción. Algunos episodios y personajes de esta novela están inspirados en hecho reales, pero no atienden a la exigencia del dato. Se desprenden de la realidad con una vocación literaria, no testimonial”, así termina el libro, con esta frase editorial que me pone la piel de gallina, porque cuesta creer que realmente se trate de una historia de ficción que transcurre en un lugar que existe y que alberga la esperanza de miles de Adelaidas que quisieran convertirse en auroras.

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