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Las polillas

Una cicatriz es la huella de una herida. Y hay infinitas formas de herirse y de sangrar. Siendo niña, mi cuerpo fue prolífero campo de heridas de distintas formas y tamaños. Aterrizar de rodillas durante los juegos infantiles o cortarme los dedos haciendo travesuras con cristales quebrados son recuerdos que permanecen intactos en mi memoria. Las espinas del rosal o las puntas de cemento de la lavandería acechaban cada uno de mis pasos sin importar el rumbo al que estos me llevaran. Con la piel abierta llegaban las lágrimas, el dolor y el orgullo roto. Sin embargo el tiempo es el curandero más sabio, pero también el más cruel. Y una cicatriz puede llegar a convertirse en una diva arrogante que llega a formarse cuando le da la regalada gana. Entre herida y cicatriz solo el tiempo es posible; el tiempo y la desdichada realidad de tener que observar día a día el crecimiento de una costra, ese monstruo horripilante y grotesco que se extiende cual alfombra inflexible y desnuda de