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Mostrando las entradas de 2012

Microcuentos de Navidad

  Señora, no puedo extender un certificado de nacimiento en el que figuren dos padres, además el niño requiere un apellido. –¿Envuelto para regalo? –No, me lo llevo puesto, dijo la anciana y dejó la Tienda de los Olvidos vistiendo su gala de Navidad. Despierta, Nicolás, es hora de ir a la escuela. No quiero ir, mamá, no me sale el JO JO JO y todos los niños se ríen de mí. -¡Ya nació! José, tienes una hermosa bebé. -¿Una niña? ¡Imposible! -Hombre, todo es posible en esta noche tan especial. -Murió un camello, Su Majestad. -Buscad otro y decídle al Cuarto que nos alcance siguiendo a la Estrella. No podemos esperar. ¿Te sientes mejor? Un poco. Entonces vamos, pasaremos la noche en un establo, es lo que hay. ¿Y el bebé? Lo esperaremos allá. Vieja, este año no hay aguinaldo. Me despidieron. Encontramos los regalos en el ropero. Santa no viene esta noche, le dije a mi hermanito y ambos nos pusimos a llorar. Se quitó el disfraz y la barriga postiza. Bebió

El centenario de Rosa Helena

Rosa Helena, mi abuela, era una paz, pero también una angustia; una sonrisa que iluminaba y una entereza que se heredó en la media docena de hijos que nacieron de su vientre y a quienes educó en un hogar ausente de lujos y comodidades; en un hogar. Rosa Helena, mi abuela, era maestra de escuela, de vida y de tristezas que sólo las abuelas saben cobijar. Hoy, 4 de septiembre, te recuerdo abuela Helena y miro el pasado con los ojos que me heredaste, me regocijo en tu centenario, en el siglo mezclado de vida y de ausencia que te hace tan presente. No olvido que siempre estás, que sigues siendo una mañana clara y una dulce hada. Te fuiste antes de que cumpliera 15, pero hasta mis 14 te  vi sonreír y sufrir de una vejez que no te daba tregua. Nunca sabré cómo es que hacías los sabrosos queques en olla sobre la hornilla del anafe –no tenías horno–, ni cómo te las ingeniabas para hacer sopa y segundo en esa misma y única hornilla; mamá me lo cuenta una y otra vez y yo escucho s

Colección

1 Adela se graduó con honores de la escuela de enfermería. Había pasado los últimos cuatro años entre sus estudios y el trabajo de medio tiempo, sintiendo que su esfuerzo llenaba de orgullo a su madre. Sin embargo, el día de su graduación, su madre no pudo asistir y aunque Adela se puso triste, también se sintió satisfecha por haber conseguido lo que ninguna de sus seis hermanas mayores había logrado: acabar una profesión. En lugar de su madre la acompañó la vieja Florencia, la dueña de la pensión que la había acogido desde su llegada y en la que Adela alquiló una habitación. Era un pequeño recinto ófrico, escasamente ocupado por una angosta cama, un velador que se caía de viejo y un ropero que estaba peor que los anteriores. Pero a Adela no le importó. Acostumbrada como estaba a la pobreza, aquel cuarto era un palacio que no tenía que compartir con media docena de hermanas y de vez en cuando con algún primo que llegaba de visita o a trabajar al campo. Después de recordar a

Escondite

La ciudad comparece, no porque estés ausente, sino porque te robas los escondites que nadie encuentra. Son tus rehenes todas las horas que no te he visto, me has secuestrado la calma, la parsimoniosa tarea de observar las calles sin mayor interés científico Ahora cada vistazo escudriña a fondo las veredas, las columnas poderosas que sostienen los edificios que le dan sombra a la ciudad Viendo y reviendo descubro en las pupilas ajenas las miradas que un día creí tuyas ¿En qué momento se hizo tan descomunal esta ciudad  y tan insignificante mi presencia? 

102

Me susurras, Paloma. Por supuesto que no he olvidado tu cumpleaños, el día en que naciste hija de México y de su revolución, hija de aquel alemán tan fotógrafo y de aquella mexicana tan tu madre. Leona, sigues en vuelo como la gaviota oscura que coronaba tus pupilas, superando a la muerte, a los desamores, y a esos dolores que tu gritaste a colores en todos tus lienzos. Te susurro, mi Frida preciosa... ¿me has olvidado?

Bertha

Se derrama una lágrima de plomo que se estrella contra el cemento de la sordera y la traición de la propia carne. Se alzan las faldas mudas de la valentía uterina, de los senos que manan coraje y decisión. Se multiplican las voces y se confunden con el trinar de los pájaros rebeldes que buscan proteger su nido y la herencia de su canción. De lejos miran los señores de lengua larga y bota disfrazada, esconden las intenciones que la oscuridad de sus actos termina por revelar. 

Definitivo

¿Estás segura?, le preguntó él. Sí, respondió ella sin dejar de mirarlo directamente a los ojos. El silencio, como no podía ser de otra manera, no dijo nada y se acomodó cómodo para incomodar. Entonces él se desplomó sobre la banca del parque y ella se fue caminando sin mirar atrás.