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Mostrando las entradas de 2009

Tegucigalpa: recuerdos de democracia

Llegué a Tegucigalpa al amanecer de un día de octubre. El frío de las alturas paceñas se hizo vago recuerdo cuando la primera ráfaga de calor sofocante me dio la bienvenida en el aeropuerto. Empapada de sudor y de curiosidad por conocer la capital hondureña tomé mi maleta y me detuve a esperar al médico que me recogería del aeropuerto para llevarme a mi hotel. Corría el año 99 y el número 24 de mi vida. No tuve que esperar mucho hasta que la figura afable y hospitalaria del doctor Galvez se acercó a saludarme extendiéndome la mano y una sonrisa que me hicieron sentir bienvenida. Era mi primer viaje internacional como consultora de comunicación en salud y sin duda uno de los más reveladores de la realidad centroamericana. La consultoría que se me había encargado no duraría más que dos semanas, así que no había mucho tiempo que perder. Después de dejar mi valija y mi cansancio de viaje en el hotel, el doctor Galvez me llevó al Centro de Salud en el que desarrollaría la investigación. All

Desempolvando vivencias: Karlsruhe, 19 de Diciembre de 2002

La vivencia que quisiera compartir es una de las tantas que tengo todavía encerradas entre los archivos de mi computadora, una de las tantas que me siguen y persiguen al cumplirse casi siete años de mi emigración involuntaria, porque todo comenzó con un viaje de retorno seguro, un autoexilio académico como he querido llamarle desde el principio. Karlsruhe, 19 de Diciembre de 2002 Vengo de la cena de Navidad que organizó Teresa en su departamento. Hoy, nada me parece más digno de contar que la dichosa reunión... me sentí muy bien, acompañada y sobretodo, cómoda. El momento en que Zara (de Marruecos) sirvió la comida que ella misma había preparado, sin quererlo me abstraje de la cálida compañía que me rodeaba y lo que vi fue sencillamente maravilloso. Allí, en una misma mesa: Yamil de Colombia, Yose de Indonesia, Kin Kin de Birmania, Judit de Hungría, Teresa de México, Stian de Noruega, Zara de Marruecos; Ronald, Natalia y yo de Bolivi

Desempolvando vivencias: Érase una vez... el miedo

Cuando era niña (no hace mucho, por cierto) compartía el dormitorio con mi hermana menor, nada fue más grato y hermoso que eso durante aquellos años. Al primer ruido extraño que escuchábamos saltaba la una a la cama de la otra y acurrucadas bajo las cobijas nos abrazábamos para no sentir miedo. Si el susto era mayor requería un viaje un tanto más largo hasta la habitación contigua, que era siempre la de mamá. Eso implicaba abrir la puerta y tropezar de inmediato con la oscuridad y el silencio de la noche, advertir que el pasillo que separaba un cuarto del otro, se hacía mucho más largo de lo que parecía durante el día, cruzarlo intentando mantener la mirada atenta y con ese vacío sugestivo detrás de la espalda, invadir el cuarto de la progenitora evitando al máximo que se despertara nerviosamente y brincar al lecho buscando el vientre cálido, los brazos y las piernas maternas. Luego de explicaciones metódicas y teatrales, las tres volvíamos a conciliar el sueño. Siempre me había pregun

El desencuentro

Atardecer citadino. El bullicio del café se tornó en susurro en cuanto la vi aparecer. Atrapada en la torpe elegancia de un abrigo negro se apresuraba ligera por entre las mesas mientras repartía miradas en todas direcciones buscándome. Agazapado en mi silencio yo sólo la observaba casi deseando que no me encontrara, que su búsqueda se hiciera más larga para que me diera el tiempo suficiente de llenar mis pupilas con su escondida silueta. Necesitaba ordenar mis tristes y abandonadas ideas… no estaba listo para el reencuentro.   Muy pronto me descubrió al fondo del cafetín. Se detuvo al verme y una franca sonrisa se apoderó de sus labios. Sin dejar de mirarme se acercó decidida hasta mi mesa. La noté fresca y dulce y como nunca el aroma de su perfume me envolvió las sienes cuando me depositó un beso en la mejilla izquierda, porque ella sólo besaba la izquierda – el lado del corazón, explicaba ella –, desafiando la ley de los besos entre amigos que siempre se estrellan en la derecha

Desempolvando recuerdos de carnaval...

De mañanita la despertó la emoción. El corazón le bailaba casi textualmente. Se asomó a la ventana y levantó la cortina esperando ver un día radiante y lleno de sol, sin embargo no fue así, el cielo estaba manchado de nubes grises y regordetas y de a jirones muy delgados se distinguía un azul sin igual. Cerró los ojos y juntó las manos sobre el pecho, le rogaba a la Virgen que no lloviera ni una gota. Después del ruego comenzó la transformación. Sus largos cabellos se sujetaron en dos gruesas trenzas que le caían hasta la mitad de la espalda, espesas como negras se veían hermosas sobre su cuerpo desnudo. Calzó en sus pies un par de botas oscuras de terciopelo y sobre ellas sobresalían las facciones de una colorida serpiente, de boca viva dispuesta a devorar su propia cola. Sobre sus caderas se deslizó una pollera colorada y llena de lentejuelas brillantes y nacaradas y en su cuerpo una blusa escotada que le marcaba la silueta con toda perfección. Con las manos en la cintura se miró al