Ir al contenido principal

Tegucigalpa: recuerdos de democracia


Llegué a Tegucigalpa al amanecer de un día de octubre. El frío de las alturas paceñas se hizo vago recuerdo cuando la primera ráfaga de calor sofocante me dio la bienvenida en el aeropuerto. Empapada de sudor y de curiosidad por conocer la capital hondureña tomé mi maleta y me detuve a esperar al médico que me recogería del aeropuerto para llevarme a mi hotel. Corría el año 99 y el número 24 de mi vida.

No tuve que esperar mucho hasta que la figura afable y hospitalaria del doctor Galvez se acercó a saludarme extendiéndome la mano y una sonrisa que me hicieron sentir bienvenida. Era mi primer viaje internacional como consultora de comunicación en salud y sin duda uno de los más reveladores de la realidad centroamericana.

La consultoría que se me había encargado no duraría más que dos semanas, así que no había mucho tiempo que perder. Después de dejar mi valija y mi cansancio de viaje en el hotel, el doctor Galvez me llevó al Centro de Salud en el que desarrollaría la investigación. Allí conocí a la doctora Meléndez, mi interlocutora directa. Amable y también un poco sorpredida por la “juventud” y quizás inexperiencia de la nueva consultora, la doctora Meléndez me dio la bienvenida y enseguida nos pusimos manos a la obra. Mi tarea era la de desarrollar materiales de comunicación para mujeres en edad fértil y jóvenes madres sobre temas relacionados al embarazo, riesgos del parto y postparto.

Los primeros días me los pasé leyendo informes y materiales educativos desarrollados por el personal de salud del Centro, los días siguientes preparé los grupos focales y las entrevistas que aplicaría a las mujeres de dos municipios. Al cabo de la primera semana tenía tanta información acumulada y tanta (auto)presión por hacer un buen trabajo que decidí hacer una pausa y salir a la calle a respirar. Era mi primera salida a la “libertad” y mi primera experiencia como turista en “Tegus” como cariñosamente le llaman los lugareños a su capital. Todavía me parecía increíble estar allí después de todo el papeleo y energía que costó la obtención de una visa de ingreso al país centroamericano. Para el que quiera saberlo en detalle: faltando un par de días para mi viaje, a mi madre se le ocurrió preguntarme si no necesitaba un permiso especial para entrar a Honduras, mi primera reacción: No, no creo. Craso error, inmensa ingenuidad. Cuando me presenté en el Consulado General de Honduras en La Paz, el Cónsul me preguntó si era yo alumna de la Escuela Panamericana Agrícola el Zamorano de Honduras, negué e hinché el pecho diciendo que iba en calidad de consultora internacional, pero esta información no pareció impresionar al Cónsul que continuó preguntado si entonces poseía yo una “american visa”. ¿Para entrar a Honduras?, repliqué casi alzando la voz. La impávida cara del diplomático ni se inmutó y con un movimiento de cabeza afirmativo y mirándome casi como a una hija me resumió el trámite: Usted puede ingresar a la República de Honduras sí y sólo sí es estudiante del Centro Zamorano o si cuenta con un visa norteamericana. Soltando improperios contra el brutal imperialismo yanqui abandoné la mínima oficina de aquel consulado y me hice a la marcha hacia el “búnker” gringo cuyo hermetismo sobresalía en la Avenida Arce del centro paceño. Casi sin esperanzas inicié el trámite de visa cuya respuesta me era ya conocida de sobra: VISA NEGADA.

En menos de 24 horas una flamante visa yanqui formaba parte de mi pasaporte virgen. Las puertas de la gloria se abrieron para mí en el mismo momento en el que la tramitadora se dio cuenta de que una de las organizaciones que me enviaba como consultora era la USAID. Un revés para mi izquierda.

Tegucigalpa me ofrecía un encanto sin igual, especialmente porque en muchas de sus calles y a lo largo de sus “subidas y bajadas” encontré parecidos acogedores con mi ciudad natal,Oruro y con la que me adoptó después, La Paz. Mi primera caminata no me separó mucho del hotel en el que estaba alojada y me mostró sólo las calles principales, los comercios locales y la gente risueña y de acento cantarín. De aquella excursión me quedan todavía los vivos colores de la ciudad y el sabor de la sopa de caracoles más sabrosa que he probado.

Un poco más despabilada y contenta regresé al hotel y esperé que llegara el día siguiente, era el primer desafío de mi consultoría, el primer grupo focal con las mujeres en edad fértil y madres jóvenes del municipio. En Tegucigalpa amanecía siempre en paz, muy temprano me recogieron para emprender viaje y éste fue más nutritivo que mi inofensiva visita turística del día anterior. A lo largo del camino el doctor Galvez me enseñaba las huellas todavía frescas que el huracán Mitch, uno de los peores y más crueles de la historia hondureña y centroamericana, había dejado en aquella tierra. A casi un año de la tragedia y aún se podían encontrar carreteras destruidas, deslaves y las huellas de barrios enteros desaparecidos para siempre. Sin embargo, Honduras se levantaba de aquel dolor de a poco y con firmeza. El doctor Galvez me contó que los hondureños entablaron amistad con la desgracia y de esa manera seguían adelante camino a la reconstrucción del país. El Mitch marcó un antes y un después en Tegucigalpa y aunque me hubiese animado, me rehusé a comprar una polera en homenaje al desastre.

El grupo focal comenzó puntualmente o al menos casi, los primeros minutos los perdí yo tratando de superar el estupor que me provocaba ver ese grupo de niñas que sentadas en círculo esperaban el inicio de la actividad. Eran quince y la mayoría de ellas estaban embarazadas, algunas de ellas por segunda y tercera vez y casi ninguna había cumplido siquiera los 20 años.

La segunda semana de la consultoría se esfumaba presurosa, las últimas páginas de mi informe y recomendaciones las escribí a la luz de los amaneceres claros de Tegucigalpa. El día de la evaluación final me reuní con la doctora Meléndez para firmar los protocolos y las burocracias respectivas y para despedirme de aquella aguerrida y acogedora ciudad.

Tegus te recuerdo y no te olvido… te deseo –desde las honduras de mi corazón– democracia.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Ensayo breve sobre la tristeza

Cuando luchamos para que las pequeñas y las grandes tristezas que nos acechan no se conviertan en un presente constante que nos nubla la mirada y nos achica el corazón, recurrimos usualmente a las lágrimas que no son otra cosa que tristezas en estado líquido que se expulsan por lo ojos. En otros casos nos construimos en el alma un cuartito secreto repleto de tristezas y al que acudimos a veces voluntariamente para sentirnos un poco solos y un poco vivos, porque las tristezas son manojos de sentimientos que en cierto momento nos permitieron hacernos un poco más humanos, un poco más sensibles y un poco más miedosos. Una tristeza no nos hace valientes, una tristeza nos insinúa con diplomacia lo débiles que podemos llegar a ser, lo vulnerable que se presenta nuestro corazón ante un hecho doloroso e irremediable como la muerte, lo implacable que es la realidad y lo desastrosos que pueden verse sus encantos cuando no llevamos puestos los cristales de la mentira. Cuando pienso en mis...

Palabras sueltas II

Elefante gris La vida es un elefante , la muerte , un cazador. El tiempo es una trampa incierta la verdad . Gris es el futuro , habilidosa la puntería . Inesperados los sucesos, sin esperanza el precipicio . Círculo Buscar, encontrar, perder... el amor sufrir, disfrutar, dejar... la vida Soñar, odiar, suceder... el destino amar, vivir, esperar... el vacío Esperanza Una esperanza pequeñita se despierta ya no se esconde más . Quiere hacerse grande y valiente, hasta que la sombra se termine de marchar. Grauer Elefant Ein Elefant ist das Leben, ein Jäger, der Tod. Die Zeit ist eine Falle, die Wahrheit, ungewiss. Grau ist die Zukunft, das Zielen, geschickt. Unerwartet ist das Geschehen, ausweglos, die Kluft. Kreis Gesucht, gefunden, verloren… die Liebe Gelitten, genossen, gelassen… das Leben Geträumt, gehasst, geschehen… das Schicksal Geliebt, gelebt, gewartet… die Leere Hoffnung Eine kleine Hoffnung wa...

Carmelo y su carnaval

Esta es la historia de Carmelo, un ciudadano simple, un hombre común y corriente, trabajador y honrado como muchos de los que habitan este país. Carmelo estaba por cumplir los 50 años y soñaba con el día de su jubilación. A pesar de tener una familia numerosa había ahorrado algún dinerito para cumplir con otro sueño: participar bailando de diablo en la entrada del carnaval en Oruro, su ciudad natal. Añoraba su terruño cada día como si fuese el último y recordaba con tristeza la hora en la que tuvo que dejarlo para buscar mejores condiciones de vida en la La Paz. Aunque llevaba mucho tiempo viviendo como un paceño más, Carmelo volvía a su tierra todos los años para convertirse en un despojo alucinado de las deslumbrantes carnestolendas de por allá. Como muchos otros orureños, bolivianos y extranjeros, se embelesaba, se fundía con la maravillosa fiesta y sobre todo creía sin dudarlo en los milagros de la Virgen del Socavón, a cuya devoción se ofrecían las danzas y los coloridos atuendos...