Hoy está de aniversario
nuestra nueva normalidad. Una de ellas, porque al final de cuentas estamos
hechos de cambios que se convierten en normalidades, en rutinas que mantenemos
por largos o cortos periodos y que nos enseñan algo que debíamos aprender u
olvidar. Son boletos que nos hacen transitar por momentos inesperados que hubiésemos
querido evitar o que agradecimos por recibir. Son boletos que también nos
llevan a recorrer esos momentos planeados que son esperados con ilusión o con
ansias que pueden convertirse en impaciencias y desesperanzas. Hay de todo en
esta viña de normalidades del Señor.
Papá Oso cumple un año de
estar viviendo de nuevo en Alemania y me puse a pensar que desde el momento en
el que nos enteramos de que volveríamos a estas latitudes, ya habíamos empezado,
sin saberlo o quererlo quizá, una nueva normalidad. Han sido doce meses
sumamente intensos desde el 18 de junio de 2019. Es como si alguien hubiese comprimido
las sensaciones, los sentimientos, los eventos y las incertidumbres en una
pequeña tableta que nos la tomamos hace un año y ésta ha ido haciendo efecto
como si de un racimo de cohetillos se tratara. Una vez que se enciende uno, le
siguen los otros sin esperar si quiera a que el estallido del primero termine.
Y de alguna manera, todo
lo que me ha dado vueltas en la cabeza hoy, se ha visto reflejado en mi tejido.
Sí, en mi tejido. ¿Cómo? Les cuento. Desde ayer tengo lista una prenda que será
parte del vestido de una muñequita amigurumi que estoy tejiendo. Hoy, cuando
quise avanzar en la siguiente pieza, volví a ver el patrón y detecté un error.
Recuerden, la prenda ¡estaba lista! Me quedé un largo rato mirando lo que
supuestamente estaba listo y al final me dije: ¡ay, no importa!, con la otra
pieza no se va a notar. Y dicha mi consigna con ínfulas de sagrado mandamiento,
continué con la siguiente parte del atuendo.
Mientras unía un medio punto
con otro, sentía que la incomodidad de mi consigna me pateaba desde adentro de
la cabeza. Me daba empujoncitos suaves, pero constantes. Uno tras otro. Y no
pude más. Dejé de tejer. Tomé la prenda que estaba lista y comencé a desatar,
casi hasta la mitad, porque tienen que saber que los errores de tejido son unos
cab… alleros muy mala leche. Silenciosos, fríos y calculadores. Se filtran en
los principios o en las mitades de la labor, ¡pero nunca-jamás en los finales!
Entonces recordé a mi mamá y el tamaño que adoptaban mis ojos cuando me decía
que iba a desatar alguno de sus tejidos. Me escandalizaba. Le sugería que no lo
hiciera. Le decía que no se iba a ver (tan) mal. Pero herencia de tejedora se transmite
genéticamente, no me queda duda. Y de tal crochet tal aguja. Desaté y desaté.
Mientras los puntos iban desapareciendo como conejillos saltarines en el
bosque, ¡eso sí que da placer!, me sentí aliviada y satisfecha. Así vamos por
el mundo. Tejiendo y destejiendo. A veces dejamos pasar errores que después nos
castigan y que al pasar de los años se convierten en callos o en malos recuerdos
de lo vivido. Destejer es fácil, tomar la decisión de hacerlo es lo crucial. Y
esto forma parte irrenunciable de la formación de nuestras nuevas normalidades.
Creo que, sin ellas, la vida sería como tejer una fila de cadenetas infinitas
que nunca se atreven a construir un medio punto, una vareta o un punto abanico.
No le dan chance al error y por consiguiente a la satisfacción de volver a empezar.
En todo caso, ¡feliz cumpleaños
a nuestra nueva normalidad!
Ana Rosa
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