Lunes, 15 de junio de 2020
Hoy hablé con Eugenia. Escuchar su voz me transportó de inmediato a la cocina del departamento que habitamos en Achumani hasta antes de migrar por segunda vez a Alemania. Recordé su cara redonda, su piel morena, sus trenzas interminables, sus reclamos cuando se me olvidaba comprar algo que ella necesitaba para cocinar o para limpiar. Mi buena Eugenia. El hada madrina de la casa, mi brazo derecho, el izquierdo y mis dos piernas en La Paz. ¡Cómo la extraño! ¡Cuánto le agradezco que se haya hecho cargo de nuestro hogar como si hubiese sido el suyo! ¡Que haya cuidado de nuestros hijos cuando era necesario! ¡Que también haya adoptado a Zeus en la casa, aunque la llevara como bandera al viento cuando lo sacaba a pasear!
¡Qué alegría tan auténtica la de mis hijos y la del suyo
cuando por fin se conocieron en persona! Se hicieron amigos, cómplices, compañeros,
con esa maravillosa simplicidad que tienen los niños para jugar y convertirse
en mejores amigos para siempre. ¡Y cómo jugaban! Pasaban horas inventando
historias, de panza sobre el piso, arrastrándose por todos los rincones de la
casa, muertos de la risa, dando brincos bulliciosos en la sala o pateando la
pelota.
Cada día reconozco su esfuerzo, cada minuto de su entrega y de las más de tres horas de ida y otras tantas de vuelta que emprendía cada día desde
algún rincón de El Alto con tal de llegar a trabajar. Todavía me admira la
magia con la que a diario hacía aparecer la casa, la cocina, la comida, y el orden
en todas las habitaciones del departamento. Siempre sabía mejor que yo dónde
estaban las cosas que desaparecían y que nunca se encontraban. Era la administradora
de esa dimensión paralela de objetos perdidos que nadie ha visto, pero que
todos saben que existe.
“Ya estaba por conseguir trabajo, señora Ana y en eso
nomás ha venido el virus”, me dijo y me quebró el alma. Me quedé muda sin saber
qué decir. Le pedí que visitara a mi tía en La Paz, antes de que la cuarentena
rígida volviera como se había anunciado. “Mi tía quiere entregarte unos víveres
que estaba guardando desde hace algunas semanas para ti, Euge”, le dije y me
tragué las lágrimas y la impotencia. Y tanto más me gustaría hacer por ella y en
su nombre por todas las madres que están en la misma situación en este momento
tan crítico de la humanidad.
¿Y sobre la incógnita de ayer? El 11añero llegó del
colegio anunciando que tenía una noticia que acabaría con la infancia de su
hermano: “Ya no hay recreos”, me dijo. En la nueva normalidad del colegio las
pausas transcurren ahora en el aula y con metro y medio de distancia entre niño
y niño. El 13añero y yo lo extrañamos durante la mañana, aunque creo que más él
que yo. Mañana será su turno de madrugar y de ir al colegio. Yo sigo pensando en Eugenia.
Ana Rosa
Me gusta que se recuerde a las persona humildes a nuestro servicio. Estamos cansado de gente famosa. Muy bien sigue es recibiendo iluminaciones de tu sentir.
ResponderBorrarMuchas gracias por leer y comentar.
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