Ir al contenido principal

Glorias y derrotas de un zaguán - Día 6

 


 Por Ana Rosa López Villegas

Tuve que arrodillarme para rascar el suelo. Mis uñas hacían de herramienta. Con ellas rasqueteaba las puntas de la cinta adhesiva blanca que estaba adherida a la madera. Cuando el masking tape se desprendía de la superficie, lo cogía con el índice y el pulgar y lo iba despegando con cuidado para que no se rompiera. Me gustaba estirar la cinta, me causaba satisfacción. Pero eran demasiados restos de tirro en un espacio de apenas dos metros cuadrados.

Me puse de pie y miré aquel espacio cuadrangular. Era el recibidor del departamento que estábamos a punto de dejar. Si hablara, diría que fue el lugar más trajinado de la casa. Quizá más que el baño o la cocina. Le he llamado recibidor, pero otros le dicen zaguán, vestíbulo, pasillo o antesala. Si hablara también diría que se convirtió en el sitio más entretenido de la casa. Para entrar o para salir; para ir a la sala o pasar a la cocina, siempre teníamos que caminar por allí. Era un vestíbulo que no podría haberse quejado de claustrofobia. La puerta principal, la puerta de la cocina, la puerta de la sala y la entrada del pasillo desembocaban todas en su pequeño cubículo.

Cuando compramos aquel piso, no teníamos casi nada. Los cajones de la mudanza que venían desde Alemania tampoco traían muchos muebles que pudiéramos usar; solo objetos personales, fotos, juguetes, libros, papeles y un atado de nostalgias por desempolvar. De a poco fuimos armando cada espacio. Compramos camas, veladores, sillones y electrodomésticos. Los dormitorios, el escritorio, la cocina y la sala se convirtieron de pronto en nuestro hogar. Pero el recibidor era el blanco de nuestras indiferencias cotidianas. Era injusto. En él se daban los besos de despedida o los de bienvenidas. En él se recibían los recados, los paquetes del correo y a veces los portazos después de las discusiones. Ni un solo cuadro colgaba de las tres paredes que tenía. Aun así, él aguardaba paciente el momento de su gloria.

Todo teníamos, menos un jardín. Vivir en el piso 19 de un edificio ubicado en el centro de la ciudad, les quitaba a mis hijos la posibilidad de poder corretear en un espacio abierto. Sin televisor y por ende sin videojuegos, mis hijos jugaron primero con las cajas de la mudanza. Se trepaban, se escondían, las brincaban, las pintaban y las recortaban como querían. Pero el cartón no es eterno y tras llegar a su final, el papel usado que se acumulaba en el escritorio se convirtió en el próximo tesoro a explorar. Empezaron haciendo dos jugadores de fútbol con las hojas recicladas. Les pintaron cara, cabellos, uniforme y un número en la espalda. Un buen día la producción de futbolistas se había extendido tanto, que pronto pudieron jugar con todas las selecciones que asistían al mundial. La pelota, los árbitros y las tarjetas también tuvieron su lugar, así como los hinchas del público que gritaban desde las tribunas. Solo faltaba la cancha. Así surgió la idea y el zaguán se relamió la indiferencia. El estadio fue tomando forma. El contorno de la cancha, las líneas de meta, el área de gol, las esquinas para el corner, las bandas laterales y el mediocampo; todo se detalló con tiras de cinta adhesiva. El campo de juego se inauguró sobre el mismísimo suelo del recibidor. Los goles más apasionantes, las jugadas más brillantes, así como las faltas más detestables, derrotas y triunfos quedaron registradas en ese espacio. Los gritos de los fanáticos, sus lágrimas y sus sobresaltos, todas las emociones quedaron allí grabadas.

Con el pasar del tiempo, de la cera para piso, de la escoba, del trapeador y del ajetreo cotidiano, la cinta adhesiva fue haciéndose uno con la madera. Despegarla fue un proceso de ardua entrega. No fue fácil desnudar aquel zaguán de su historia de glorias y derrotas, era como despojar de sus recuerdos a un guardián de la memoria. 


---

Consigna: Para la consigna de hoy, Rommel Manosalvas, ganador del Segundo Mundial de Escritura, propone desde Ecuador el siguiente ejercicio: recorré tu casa y observá tu entorno inmediato, ¿qué te dice la arquitectura del lugar?, ¿qué te dicen los objetos a tu alrededor y los espacios de tu casa?

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Ensayo breve sobre la tristeza

Cuando luchamos para que las pequeñas y las grandes tristezas que nos acechan no se conviertan en un presente constante que nos nubla la mirada y nos achica el corazón, recurrimos usualmente a las lágrimas que no son otra cosa que tristezas en estado líquido que se expulsan por lo ojos. En otros casos nos construimos en el alma un cuartito secreto repleto de tristezas y al que acudimos a veces voluntariamente para sentirnos un poco solos y un poco vivos, porque las tristezas son manojos de sentimientos que en cierto momento nos permitieron hacernos un poco más humanos, un poco más sensibles y un poco más miedosos. Una tristeza no nos hace valientes, una tristeza nos insinúa con diplomacia lo débiles que podemos llegar a ser, lo vulnerable que se presenta nuestro corazón ante un hecho doloroso e irremediable como la muerte, lo implacable que es la realidad y lo desastrosos que pueden verse sus encantos cuando no llevamos puestos los cristales de la mentira. Cuando pienso en mis...

Palabras sueltas II

Elefante gris La vida es un elefante , la muerte , un cazador. El tiempo es una trampa incierta la verdad . Gris es el futuro , habilidosa la puntería . Inesperados los sucesos, sin esperanza el precipicio . Círculo Buscar, encontrar, perder... el amor sufrir, disfrutar, dejar... la vida Soñar, odiar, suceder... el destino amar, vivir, esperar... el vacío Esperanza Una esperanza pequeñita se despierta ya no se esconde más . Quiere hacerse grande y valiente, hasta que la sombra se termine de marchar. Grauer Elefant Ein Elefant ist das Leben, ein Jäger, der Tod. Die Zeit ist eine Falle, die Wahrheit, ungewiss. Grau ist die Zukunft, das Zielen, geschickt. Unerwartet ist das Geschehen, ausweglos, die Kluft. Kreis Gesucht, gefunden, verloren… die Liebe Gelitten, genossen, gelassen… das Leben Geträumt, gehasst, geschehen… das Schicksal Geliebt, gelebt, gewartet… die Leere Hoffnung Eine kleine Hoffnung wa...

Carmelo y su carnaval

Esta es la historia de Carmelo, un ciudadano simple, un hombre común y corriente, trabajador y honrado como muchos de los que habitan este país. Carmelo estaba por cumplir los 50 años y soñaba con el día de su jubilación. A pesar de tener una familia numerosa había ahorrado algún dinerito para cumplir con otro sueño: participar bailando de diablo en la entrada del carnaval en Oruro, su ciudad natal. Añoraba su terruño cada día como si fuese el último y recordaba con tristeza la hora en la que tuvo que dejarlo para buscar mejores condiciones de vida en la La Paz. Aunque llevaba mucho tiempo viviendo como un paceño más, Carmelo volvía a su tierra todos los años para convertirse en un despojo alucinado de las deslumbrantes carnestolendas de por allá. Como muchos otros orureños, bolivianos y extranjeros, se embelesaba, se fundía con la maravillosa fiesta y sobre todo creía sin dudarlo en los milagros de la Virgen del Socavón, a cuya devoción se ofrecían las danzas y los coloridos atuendos...