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Cuidado con lo que haces - Día 4

 


 Por Ana Rosa López Villegas

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Desperté empapado en mi propio sudor. Tenía un dolor insoportable en la mano derecha. Apenas podía moverla. Mis ojos cansados no eran capaces de encontrar en la penumbra la herida que me ardía. En octubre las mañanas ya no son claras. El sol se despereza como una letanía y solo la lluvia se deposita como un lengüetazo de humedad sobre los cristales de la ventana.

Con esfuerzo alcancé la lámpara de mi velador. La luz amarilla del foco me hizo cerrar los ojos como si de un destello láser se tratara. Mis uñas estaban completamente ensangrentadas. Incrustadas en las yemas de mis dedos encontré unas astillas de madera oscura y muy pequeñas. Una involuntaria queja de dolor escapó de mi boca. Al escucharme, Penélope se acercó hasta el borde de mi cama. Movía la cola como todas las mañanas. Me extrañó verla sola, sin Corina encaramada sobre su lomo. Me lamió los dedos. El paseo áspero de su lengua sobre mi sangre me alivió un poco las heridas.

—¿Dónde está tu gata? —le pregunté como siempre, pero el dolor me obligó a emitir otro gemido. Quise tomar mis pastillas, pero el vaso de agua de mi mesa estaba vacío.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Volví a escuchar esa voz que martillaba mi cabeza. Me di cuenta de que gracias a ella había abierto los ojos aquella mañana. Pensé que era una pesadilla. 

Me levanté. En cuanto apoyé mi mano izquierda sobre la puerta, un latigazo de dolor se extendió hasta mi hombro. Hallé otra herida de sangre seca en mi palma. La piel estaba desgarrada. En el baño me lavé las manos. Envolví mis heridas con una toalla y me dirigí hasta la sala. Sentí un olor a tierra mojada. Me acerqué a la ventana, tiré de la manilla y dejé que el frío de la calle invadiera la habitación. Penélope mi miraba extrañada. Hacia semanas que ni siquiera me acercaba a los cristales. Era el día 127 del confinamiento obligatorio. El virus pululaba en las calles y solo teníamos permiso de salir a comprar una vez a la semana. Al girarme para buscar a Corina, mis pies tropezaron con un trozo cilíndrico de madera quebrada. Era el palo de la escoba y al lado vi un pedazo de mi maceta roja. Mi planta de aguacate estaba destrozada. Vi sus raíces amarillas que aparecían como un miembro siniestro en la oscuridad de la arena desparramada.

—¡Penélope!, ¿dónde está Corina? —la voz me temblaba.

Tomé el celular que había dejado sobre la mesa del comedor la noche anterior. No sabía ni a quien llamar. No tenía llamadas perdidas ni mensajes de texto, solo la notificación de un correo electrónico. El remitente era yo mismo. La cabeza me dio un vuelco. No era una pesadilla.

—¡Has vuelto a salir, maldito! —grité.

Tres líneas contenía el mensaje:

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Tiré el teléfono sobre el sillón y me volví otra vez sobre mi perra.

—¡Penélope!, ¿dónde está Corina?

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

—¡Corina, Corina, Corina!

Aburrida de mi desesperación, Penélope se puso a olfatear la puerta que daba al tragaluz de la casa.

Salté como insecto y ahuyentando al animal de en medio, abrí la puertezuela de aquel recoveco. Un grito se me ahogó en el pecho. Corina estaba sacrificada sobre una cruz hecha con los pedazos de la maceta de arcilla, el palo de escoba y un montón de retazos de tela que reconocí como trapos de cocina. Estaba degollada. Bajo su cuerpo inerte se extendía un charco de sangre coagulada. El vómito me llenó la boca.

—Pero ¿qué hice? —me preguntaba. Penélope se me acercó y comenzó a lamerme las lágrimas mientras la voz de mi cabeza me seguía taladrando con las mismas palabras.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.

Cuidado con lo que haces.


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Consigna: En el ejercicio de hoy, María Fernanda Ampuero, desde Ecuador, propone sumergirse en el género de terror: una mañana de pandemia encontrás a tu mascota crucificada en tu casa y luego en tu casilla de correo descubrís un mail que te escribiste a vos mismo con la frase "Cuidado con lo que haces".

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