Su cabecita pequeña asomó dentro de mi calcetín, el olor lo aturdió un poco, pero su curiosidad podía más. Dando saltitos trepó hasta la desordenada llanura de mi lecho, sobre el cubrecama que bordó mi abuela. Se paseó con calma sobre las flores de mechilla, se tropezó con los estambres amarillos y cayó redondo sobre los pétalos de jacinto. Utilizó mis medias de seda como lianas y se deslizó por ellas hasta tocar de nuevo el piso de madera. Ya debajo de mi cama se topó con mis llaves, hacía tanto que yo las estaba buscando… ¡las malditas llaves! Levantó una con mucho esfuerzo, era pesada y casi de su tamaño. La dejó caer aparatosamente sobre las tablas del suelo y frustsrado se fue alejando de aquel insulso pedazo de metal; se encontró mis monedas, las migas de mis galletas, el control de la tele y mis pantaletas. Vislumbró la puerta entreabierta y la oscuridad húmeda de mi ropero. Lo vi caminando sobre mis zapatos. De pronto un estallido ensordeció sus oídos.. Era el despertador. Asustado en extremo buscó refugio escondiéndose en el bolsillo izquierdo de mi abrigo azul, como si fuera una cueva secreta en la que nadie podría encontrarlo. Agazapado y en silencio, sintió que sus pequeños muslos se adormecían sin remedio. Quiso gritar, pero no pudo, temía que los cuerpos de tela que colgaban en el ropero lo descubrieran. Saltó entonces desde la caverna azulosa hasta mis zapatones, le parecieron un par de mullidos lagartos y éstos lo asustaron aún más. Se marchó corriendo, iba agitado, mirando una y otra vez a su alrededor y sin darse cuenta se metió hasta el fondo de una de mis botas, hasta la punta puntiaguda llegó. Estaba seguro de haber caído en una trampa. ¡Pobre! En sólo un segundo se armó de su diminuto valor, infló el pecho y salió del largo túnel de cuero dando pasitos cortos y temblorosos. Estaba dispuesto a enfrentar lo que viniera, sin embargo el llanto le quebró la fortaleza y lo hizo aún más pequeño de lo que era. Allí se quedó desde entonces, habitando entre mis zapatos. Se llama Garmián y es el gnomo que custodia mi ropero. No sé mucho más, sólo que cuando los perros ladran en la calle o el despertador salta al amanecer, Garmián se enfada y mi ropero es un caos.
Cuando luchamos para que las pequeñas y las grandes tristezas que nos acechan no se conviertan en un presente constante que nos nubla la mirada y nos achica el corazón, recurrimos usualmente a las lágrimas que no son otra cosa que tristezas en estado líquido que se expulsan por lo ojos. En otros casos nos construimos en el alma un cuartito secreto repleto de tristezas y al que acudimos a veces voluntariamente para sentirnos un poco solos y un poco vivos, porque las tristezas son manojos de sentimientos que en cierto momento nos permitieron hacernos un poco más humanos, un poco más sensibles y un poco más miedosos. Una tristeza no nos hace valientes, una tristeza nos insinúa con diplomacia lo débiles que podemos llegar a ser, lo vulnerable que se presenta nuestro corazón ante un hecho doloroso e irremediable como la muerte, lo implacable que es la realidad y lo desastrosos que pueden verse sus encantos cuando no llevamos puestos los cristales de la mentira. Cuando pienso en mis...
Garmian me ha dado un rato de magia.
ResponderBorrarLindo cuento.
Un beso.
Bonito cuento, quita el despertador que no se vuelva a asustar el pobrecito.
ResponderBorrarBesos
Hola Cecy:
ResponderBorrarSi el rato de magia se repite con todo lo que escribo, no puedo sino sonreír y darme por feliz.
Hola María:
Esta mañana volvió a sonar :S
Abrazos para las dos, gracias por visitarme y comentarme.
Ana Rosa
está muy bueno, señora. me gusta, aunque no pueda salir el pobre (a lo mejor, lo más importante). saludos.
ResponderBorrarHola zeh:
ResponderBorrarDe tanto tiempo por aquí ;) GRACIAS!
Un abrazo,
Ana Rosa
A un principio pense que es..."Un Lindo Gatito" porque yo sueño con ellos y luego va tomando forma el relato, please que toy contando mejor leelo tu, me gusto
ResponderBorrarGracias Ale, gracias por visitar y comentar :D
ResponderBorrarUn abrazo,
Ana Rosa