A principios de año me compré una agenda. Una de color rojo como la sangre. A diferencia de otras que he tenido, esta trae siete días apiñados en una página doble y no un día por hoja con casi todas las horas de la jornada dispuestas a atiborrarse de citas y cosas por hacer. Por ende, este calendario es delgado y está prácticamente vacío. Cuando a veces recuerdo que existe, miro sus páginas con nostalgia de lo que no es ni será. Lo poco que he anotado en él se reduce a tres básicas informaciones: los días de mi periodo menstrual, los cumpleaños y las conferencias, reuniones y seminarios virtuales vía Zoom, WebEx, BBB, Meet o GoToWebinar a los que he asistido y asisto con desenfrenada frecuencia desde hace un par de meses. Y para arrancar con esto de encajar nuestra imagen en las dimensiones cuadráticas de la pantalla de la computadora, también ha sido preciso buscar los accesorios necesarios como una webcam y auriculares con micrófono, en mi caso. Vivimos el síndrome del genio, pero...
Definir LITERATURA se me hace difícil y sin embargo me arriesgo a ESCRIBIR y así me someto a la crítica y a la lectura. La letra late.