Viernes 12 de febrero de 2010
La última nevada del invierno ha caído hoy sobre las grises calles de Karlsruhe… sigue cayendo. Desde el fondo de mi corazón deseo que de verdad sea la última, porque a pesar de que mis hijos han disfrutado de la nieve con sus juegos y sus dulces ocurrencias, nos hace falta ver y sentir los rayos del sol. Desde que llegamos no hemos visto el color del cielo, no sabemos si por encima de la opaca cobija que lo cubre, el azul infinito que nos llenó las pupilas día a día en nuestros Sures se expande también en Europa.
Del maravilloso viaje que concluimos hace exactamente una semana nos quedan todavía vivos recuerdos, sobre todo impresiones, sensaciones, sentimientos. Han sido dos meses inolvidables e intensos. Hemos recorrido pedacitos de dos países inmensamente bellos y añorados, hemos recogido de cada encuentro y reencuentro con las personas que queremos y extrañamos un puñado de cariños y afectos que nos hacen falta en la frialdad del primer mundo, este caprichoso primer mundo que ha hecho que Bolivia y Venezuela tejan un lazo tan singular.
Llegamos primero a la ardorosa Caracas, a celebrar el cumpleaños del abuelo John, a hornear strudel alemán con ingredientes venezolanos, a desempacar y reempacar para irnos a La Paz.
La cordillera que nos dio la bienvenida en Bolivia nos permitió rozar el cielo con las manos, fueron cuatro mil y pico metros de alegrías, también de sorojchis o mal de altura. Visitamos las ruinas preincaicas de Tiahuanacu, disfrutamos del cálido clima de Santa Cruz, hicimos bautizar a Simón Ernesto, pasamos Navidad en familia. Ahora Camilito sabe mejor que antes que el Niño Jesús le trae sus regalos, sabe quiénes son María, José y los tres Reyes Magos, le gusta más que nunca la pasancalla = cotufa boliviana y entre otros felices sucesos, recibimos el nuevo año ante las místicas aguas del Lago Titicaca.
A Venezuela llegamos con el año recién estrenado y pudimos ser parte de los tradicionales desayunos de año nuevo de “la Muñocera”, de cerro a cerro, Junquito y Mampote. Trepamos “un cacho” = un pedacito del Ávila, visitamos el Museo de los Niños, el Parque del Este y el ExpanZoo. Casi al final de nuestra travesía, nos fuimos a la playa, a disfrutar de las tibias y claras aguas del Caribe y a aprender un poco de la cultura playera que esta servidora, hija de un país sin mar, tiene a bien aprender. También celebramos el cumpleaños de Camilo papá. En Venezuela Camilito saboreó la pasión Leo leo leo y ahora practica el béisbol todas las noches con su papá, no sin antes vestir su camisa y cachucha de Caraquista.
Para nuestros hijos, especialmente para Camilo, la idea de familia grande se ha hecho de carne y hueso y se ha extendido en abrazos y besos, si antes de ir sabía bien quiénes son su abuela Ana y su abuelo John, ahora sabe con nombres y sentimientos lo que significa tener primos y primas, ti@s-prim@s, tíos y tías.
Hasta aquí mi lata, yo sé que no he escrito todo, porque todo sería mucho y mucho es lo que nos queda guardado en el corazón.
¡Gracias por todo familias queridas!
Ana Rosa, Camilo, Camilo Humberto y Simón Ernesto
P.D. Tras dos meses de “libertad sin amarras”, Simón no quiere saber de ir con cinturón de seguridad y sentado en la sillita del auto, ni modo, a Camilo papá le toca conducir con tremendo concierto de quejas y llantos.
P.D.1: Tras dos meses de luz y colores, Camilito nos pregunta que por qué se pone tan oscuro a las seis de la tarde.
P.D.2: Tras dos meses de haber compartido con tod@s ustedes, estamos felices.
La última nevada del invierno ha caído hoy sobre las grises calles de Karlsruhe… sigue cayendo. Desde el fondo de mi corazón deseo que de verdad sea la última, porque a pesar de que mis hijos han disfrutado de la nieve con sus juegos y sus dulces ocurrencias, nos hace falta ver y sentir los rayos del sol. Desde que llegamos no hemos visto el color del cielo, no sabemos si por encima de la opaca cobija que lo cubre, el azul infinito que nos llenó las pupilas día a día en nuestros Sures se expande también en Europa.
Del maravilloso viaje que concluimos hace exactamente una semana nos quedan todavía vivos recuerdos, sobre todo impresiones, sensaciones, sentimientos. Han sido dos meses inolvidables e intensos. Hemos recorrido pedacitos de dos países inmensamente bellos y añorados, hemos recogido de cada encuentro y reencuentro con las personas que queremos y extrañamos un puñado de cariños y afectos que nos hacen falta en la frialdad del primer mundo, este caprichoso primer mundo que ha hecho que Bolivia y Venezuela tejan un lazo tan singular.
Llegamos primero a la ardorosa Caracas, a celebrar el cumpleaños del abuelo John, a hornear strudel alemán con ingredientes venezolanos, a desempacar y reempacar para irnos a La Paz.
La cordillera que nos dio la bienvenida en Bolivia nos permitió rozar el cielo con las manos, fueron cuatro mil y pico metros de alegrías, también de sorojchis o mal de altura. Visitamos las ruinas preincaicas de Tiahuanacu, disfrutamos del cálido clima de Santa Cruz, hicimos bautizar a Simón Ernesto, pasamos Navidad en familia. Ahora Camilito sabe mejor que antes que el Niño Jesús le trae sus regalos, sabe quiénes son María, José y los tres Reyes Magos, le gusta más que nunca la pasancalla = cotufa boliviana y entre otros felices sucesos, recibimos el nuevo año ante las místicas aguas del Lago Titicaca.
A Venezuela llegamos con el año recién estrenado y pudimos ser parte de los tradicionales desayunos de año nuevo de “la Muñocera”, de cerro a cerro, Junquito y Mampote. Trepamos “un cacho” = un pedacito del Ávila, visitamos el Museo de los Niños, el Parque del Este y el ExpanZoo. Casi al final de nuestra travesía, nos fuimos a la playa, a disfrutar de las tibias y claras aguas del Caribe y a aprender un poco de la cultura playera que esta servidora, hija de un país sin mar, tiene a bien aprender. También celebramos el cumpleaños de Camilo papá. En Venezuela Camilito saboreó la pasión Leo leo leo y ahora practica el béisbol todas las noches con su papá, no sin antes vestir su camisa y cachucha de Caraquista.
Para nuestros hijos, especialmente para Camilo, la idea de familia grande se ha hecho de carne y hueso y se ha extendido en abrazos y besos, si antes de ir sabía bien quiénes son su abuela Ana y su abuelo John, ahora sabe con nombres y sentimientos lo que significa tener primos y primas, ti@s-prim@s, tíos y tías.
Hasta aquí mi lata, yo sé que no he escrito todo, porque todo sería mucho y mucho es lo que nos queda guardado en el corazón.
¡Gracias por todo familias queridas!
Ana Rosa, Camilo, Camilo Humberto y Simón Ernesto
P.D. Tras dos meses de “libertad sin amarras”, Simón no quiere saber de ir con cinturón de seguridad y sentado en la sillita del auto, ni modo, a Camilo papá le toca conducir con tremendo concierto de quejas y llantos.
P.D.1: Tras dos meses de luz y colores, Camilito nos pregunta que por qué se pone tan oscuro a las seis de la tarde.
P.D.2: Tras dos meses de haber compartido con tod@s ustedes, estamos felices.
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