El 21 de octubre del año 2001 salí de mi casa en Sopocachi (La Paz) con rumbo a Madrid, España. Han pasado 20 años desde entonces y lo primero que quiero hacer en esta fecha tan especial para mí es agradecerle a Papá Dios por el camino recorrido, por cada batalla y cada aprendizaje, por cada persona, piedra y rellano que puso en mi sendero y que quitó de él porque Su Sabiduría supera cualquier entendimiento humano.
Mi plan era quedarme ocho meses en Madrid, el tiempo que duraba la beca que obtuve para hacer un máster en la Universidad Francisco de Vitoria. El plan de Dios sin embargo, era otro. Algunos meses antes de terminar de estudiar en España, mamá me llamó para avisarme que había obtenido otra beca, una para seguir estudios en Alemania, en la Universidad de Karlsruhe. Era un sueño hecho realidad. Con sentimientos encontrados terminé de estudiar en Madrid y en compañía de mamá viajé hasta Mannheim en Alemania. El nuevo plan era permanecer tres años en este país que me había llamado la atención desde que era una niña. 14 años en el Colegio Alemán de Oruro y algunos otros más aprendiendo alemán en el Goethe-Institut de La Paz hicieron que mi deseo de conocerlo fuera muy grande.
En el camino planeado surgieron hechos no planeados. Se dieron felices encuentros y nuevos desafíos por superar. Conocí a Camilo, mi espOso y con él aprendí a amar a Venezuela, país del que procede. ¿Cuándo en mi vida había pensado siquiera en estar en Caracas alguna vez? ¡Nunca! El 2004 conocí Venezuela y en la cresta de Él Ávila Camilo y yo nos casamos por primera vez. Nuestra unión intercultural y transoceánica nos bendijo con dos hermosos hijos. Así nos convertimos en una familia de osos (jukumaris o frontinos por sí les queda la duda), a veces también somos Anita y sus tres osos. Camilo nació el 2006 en la mitad de un verano que no pudo haber sido más caluroso. Simón llegó el 2008 acariciando el principio de un invierno que trajo consigo mucha nieve. Mamá estuvo presente en ambas ocasiones y se encargó de todos los mimos propios de una abuela y de aquellos otros de los que solo era capaz ella. Era una “abuela cool”, como dijera uno de sus nietos años después.
El 2011, después de cumplir los 36, tocó tomar una decisión-elefante. Empacamos nuestro hogar y lo llevamos hasta La Paz, Bolivia. “¿Qué hice?”, me pregunté en el mismo momento en el que aterricé en El Alto junto a mis pequeños de 4 y 2 años. Papá Oso nos dio alcance seis meses más tarde. Pero Papá Dios sí que sabía qué había hecho, solo hace falta confiar y dejar en Sus manos y en Su nombre todo lo que el camino ofrece, hoy lo sé con total certeza. Fueron ocho años hermosos e intensos en Bolivia, ocho años junto a mi mamá y a toda mi familia. Ocho años construyendo ladrillo a ladrillo una nueva vida.
Después de más de dos años trabajando con buenos colegas y sobre todo grandes amigos en viSozial e.V. en La Paz, viré de nuevo las velas de mi actividad profesional y me dediqué a la educación. Fui profesora de alemán en el Goethe-Institut, el mismo en el que había aprendido el idioma muchos años atrás y por más de seis años me entregué con alma, vida y corazón a mi labor como maestra en el Colegio Alemán “Mariscal Braun”.
Cuando el 2019 comenzó, le pedí a Dios salud y bendiciones para mi familia, pero lo que Él guardaba para mí… ¡uf! Solo Él lo sabía. Poco después de cumplir 44, Papá Oso recibió una oferta de trabajo en Alemania. Era una oportunidad que no quisimos desaprovechar. Los doce meses del 2019, al menos los últimos nueve, hicieron que ese año quedara marcado para siempre en nuestras vidas. Papá Oso comenzó a trabajar en julio en Alemania y tal como habíamos hecho al volver a Bolivia en 2011, pero en sentido contrario, mis hijos y yo le dimos alcance seis meses más tarde. Pero corrijo, mis hijos, yo y Zeus, el “perrito” que habíamos adoptado en marzo y sin el que ya no podemos imaginarnos la vida. En octubre se fue mamá. Se durmió para siempre, sin dolor y en paz. Una semana más tarde se incendió Bolivia y la carga se hizo muy pesada.
El 3 de diciembre de ese mismo 2019 llegamos a Frankfurt. Han pasado casi dos años de esa llegada y hoy apenas puedo creer que entretanto han pasado 20 años desde que extendí las alas por primera vez. Gracias por este vuelo, Papá Dios, gracias por los buenos vientos y las brisas débiles, gracias por los huracanes y porque hiciste mis alas cada vez más fuertes y bendecidas, que me sirvan para hacer Tu voluntad.
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