Me gustan los libros que me atrapan en un lugar sin salida. En un lugar al que no se puede llegar o del que no se puede salir sin tener que cruzar un río, escarpar un monte o hacer un largo viaje. Ese lugar, llámese Macondo, la Tierra Media, El Idilio o Copiapó está descrito en la novela del chileno Luis Sepúlveda (Ovalle, 1949), Un viejo que leía novelas de amor. He leído la segunda edición de 2009 de la novela que el autor publicó en 1989 y que se convirtió en su obra más vendida. Se trata de un texto corto, un libro con rasgos autobiográficos y ecológicos.
Me gusta Antonio José Bolívar, el protagonista, el viejo que leía las novelas de amor. Lo conservo como la perfecta imagen de una salvaje dulzura; de una soledad verde y húmeda (¿será un cronopio?); de una íntima sabiduría indígena... prestada de los indios shuar, habitantes de la región amazónica en la que se desarrolla la trama. Un hombre con el que me habría encantado conversar, de atreverme claro está. Me conmueve la fotografía que conserva de su mujer, la tristeza que provoca la esterilidad de su vientre y la soledad en la que Antonio José Bolívar se acomoda tras el decreto irremediable de su viudez prematura.
Me gustan los párrafos que describen el asimilamiento de Antonio José Bolívar en la selva amazónica y sobre todo su hermanamiento de saberes con los indios shuar a los que les debe la vida y también de establecimiento estricto de una fundamental diferencia: Antonio José Bolívar es como los shuar, pero nunca será uno de ellos..
En la cabeza me han quedado además, las figuras sabrosas y grasosas del dentista rompemandíbulas y del alcalde gordo y “baboso”. En especial recuerdo al primero, Rubicundo Loachamín y la singular imagen de un odontólogo “matabocas” y gritón, la blancura de su mandil incrustada como piedra en el exuberante verdor de la selva; y como si se tratase de un fruto exótico con cáscara verde y pulpa blanca, la rojez de su jugo: la sangre brotando de las mandíbulas de los infelices pacientes que caían por voluntad propia en sus manos. Parece imposible, pero las manos de ese carnicero son las mismas que cargadas con novelas de amor secuestradas de la civilización le iluminan mes tras mes el rostro a José Antonio Bolívar. Novelas de sufrimientos sentimentales y corazones partidos, pero eso sí y es la exigencia del protagonista, con final feliz. Dulce y hasta frágil ocurrencia para un ser como él, habitante de la más salvaje fauna y flora que alguien se pueda imaginar.
Aunque no soy devota de las novelas con mensajes pedagógicos medioambientales o moralejas de fábula, ésta lo hace de una manera magnífica, incluyendo al/la lector/a en una protesta válida y de defensa legítima de esa fauna tan sobrecogedora del Amazonas y que sin embargo me es tan lejana y poco conocida. Me gusta que sean los “gringos” los villanos de la novela, porque lo son además. En sus películas los maleantes, vividores, asesinos, narcotraficantes y toda clase de pestes siempre tienen apellidos y acentos latinoamericanos, Sepúlveda hace por eso justicia en El Idilio, así llamado el pueblo amazónico en el que se desenvuelve la novela.
Para mí la gran figura femenina de la novela está hermosamente encarnada en la tigresa-tigrilla doliente. Es una feroz representación de lo que muchas hembras (sean éstas de cualquier especie) enfrentan día a día: la viudez, la orfandad, la soledad, el dolor, la impotencia, la tristeza, la muerte.
Nunca he estado en la selva amazónica, pero en El Idilio de Sepúlveda tanto me he empapado con las generosas y vastas lluvias tropicales como he temido a la grotesca y asesina furia de los monos. Es una novela entrañable y a la vez capaz de hacer sentir un universo de desamparos y miedo, allí, en ese lugar al que no se puede llegar o del que no se puede salir sin tener que cruzar un río, escarpar un monte o hacer un largo viaje.
Reseña publicada en: Urbandina, Zona Literatura y el periódico La Patria.
Reseña publicada en: Urbandina, Zona Literatura y el periódico La Patria.
De qué hermosa manera cuentas lo que significa este libro. Yo lo he leído ya y me ha sabido poco, pues me gustaría ahondar más en estos sentimientos que dices. Una de las virtudes que le reconozco, a simple vista, es la manera de contar tan visual que tiene, convirtiendo muchos de los personajes y situaciones en iconos de algo más. Espero encontrar un rato estos días para escribir mi crítica en el blog.
ResponderBorrarPor cierto, enlazo el tuyo, que me parece fantástico.
Hola Patricia:
ResponderBorrarGracias por dejar este comentario. Me encantará leer tu crítica. Y sí, como tú dices hay pasajes de verdad bien gráficos en la novela. Como ves, a mí me guso. Gracias por enlazarme!!!
Un abrazo,
Ana Rosa
¡Hola! Nuevamente visitandote, antes lo hice en tu otro blog. Soy el mismo de: http://navengando entreletras.blogspot 'Desde Mi Ventana'. Gracias por dejarme tu comentario y así dar pie a que conociera tus dos excelentes blogs.
ResponderBorrarAl parecer tenemos algo en común, además de ser bloggeros, tambien soy admirador de Frida Kahlo. Estoy leyendo cada uno de tus textos y todos me gustan.
Un gran abrazo.
Genial reseña e historia. No me la he leído, pero después de esto; a la librería voy.
ResponderBorrarSaludos,
Rafa
Hola Rafa:
ResponderBorrarGracias por visitar mi blog. Siempre bienvenido.
Saludos,
Ana Rosa