Por Ana Rosa López Villegas
Marcos
lloraba en el baño. Otra vez. Lucía podía escucharlo desde el dormitorio.
Mientras ella cerraba los ojos intentando distraer su atención, él gemía
desconsolado. Luego se lavaba la cara y fingía que todo estaba bien. Sonreía y
se ponía a recoger los vasos y las tazas que se acumulaban sobre la mesa de
noche de su esposa.
Con
más frecuencia, Lucía se aguantaba de preguntarle cómo se sentía. Era la única
manera de no caer en el círculo vicioso de las respuestas ausentes y de las
explicaciones vacías. Estaba harta de tener que consolarle. A veces deseaba
tener que pasar la enfermedad ella sola.
—¿Te
enciendo la tele?
—No,
Marcos, prefiero que me pases mi libro.
—¿El
libro?
—Sí.
Marcos
se quebró de nuevo. El libro estaba completamente mojado. Lucía había vomitado
sobre él y su esposo lo había llevado al baño para secarlo. Estaba leyendo El
abanico de seda de Lisa See. Trataba del encuentro de almas gemelas. Marcos era
la suya, estaba segura.
Se
quedaron viendo una película. Era domingo. Uno de los días más largos de la
semana para ambos. Los lunes Marcos salía a trabajar temprano y Lucía se
quedaba en la cama. Se levantaba tarde y con cuidado, caminaba hacía la cocina
y se preparaba un té. Apenas comía, todo lo que se llevaba a la boca se
convertía en una arcada que la hacía arrodillarse frente al inodoro. Había
probado muchas recetas para calmar el dolor. Mezcolanzas de todo tipo, todas a
base de cebolla, hojas de alcachofa y semillas de anís. A veces pensaba que
esas medicinas caseras eran peores que la misma quimioterapia.
Aquel
lunes Marcos llegó más tarde de lo habitual. Lucía se sentía culpable por el
alivio que esa tardanza le provocaba. Más callado que de costumbre, su esposo
se sentó a la mesa a comer algo y después ambos se fueron a la cama.
—¿Estás
segura de que quieres ir sola mañana?
Lucía
se quedó en silencio por un momento.
—No,
Marcos. En realidad, ya no quiero ir más.
Marcos
encendió la lámpara que acababa de apagar y se incorporó en la cama dirigiendo
la mirada hacia Lucía.
—¿Cómo?
¿Por qué, Lucía? ¿Qué pasa? Estamos a mitad del tratamiento, no puedes dejarlo.
—No,
no estamos a mitad del tratamiento. Yo estoy a mitad del tratamiento. La
enferma aquí soy yo, Marcos. Y ya no quiero más.
—Lucía,
te pido por favor…
—No,
yo te pido por favor. Déjanos tener un tiempo de tranquilidad. Juntos, los dos.
—Pero
si estamos todo el tiempo juntos.
—No,
no es así, Marcos. Tú estás deprimido. Te la pasas llorando en el baño a
escondidas.
—Pero
yo…
—Déjame
hablar, mi querido Marcos. Solo escúchame te lo pido.
Marcos
se quedó en silencio. Las lágrimas le ardían en los ojos y sentía más apretado
el nudo de su garganta.
—¿Sabes
lo que encontré hoy? Encontré las cartas de amor que me enviaste antes de que fuéramos
novios. 52 cartas. Una por cada día que te rechacé, que te dije que no quería
estar contigo, que no me gustabas, que prefería estar sola. 52 días de batalla
por mí. De esperar con paciencia, pero sin bajar la guardia. Dime ahora,
Marcos, ¿hace cuánto que no luchas? ¿Hace cuánto que he dejado de valer la
pena?
—Pero
¿cómo puedes decirme eso?
—Marcos,
te lo digo porque te amo. Porque desde el día en el que comprendí que no podría
estar con otra persona el resto de mi vida, te convertiste en mi guerrero, en
el héroe de mi historia. Te necesito conmigo así, fuerte como una roca. Ambos
sabemos cómo terminará este cuento, amor mío, pero para darle el final que
merecemos, quiero tenerte a mi lado disfrutando de la certeza de que somos
felices y de que no nos equivocamos.
Las
lágrimas de Marcos se deslizaron como ríos sigilosos a lo largo de sus
mejillas. Se abrazaron. Se besaron. Hicieron el amor, sin temor. No hubo
dolores, ni vómitos, ni desmayos.
Lucía
se marchó una cálida tarde de verano. Se fue agarrada a una tibia brisa que
acarició con dulzura la frente dormida de su Marcos.
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Consigna:
Para el ejercicio de hoy, Ezequiel Mandelbaum, cocreador de La gente anda diciendo, propone crear un texto a partir de tres frases recogidas de su archivo.
Las tres frases las encuentran al final del video y también las pueden leer acá, acá y acá (en Argentina, chabón se utiliza de manera coloquial para referirse a un chico o a una persona que no se conoce).
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