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¿Hace cuánto que no luchas? - Día 9

 


Por Ana Rosa López Villegas

Marcos lloraba en el baño. Otra vez. Lucía podía escucharlo desde el dormitorio. Mientras ella cerraba los ojos intentando distraer su atención, él gemía desconsolado. Luego se lavaba la cara y fingía que todo estaba bien. Sonreía y se ponía a recoger los vasos y las tazas que se acumulaban sobre la mesa de noche de su esposa.

Con más frecuencia, Lucía se aguantaba de preguntarle cómo se sentía. Era la única manera de no caer en el círculo vicioso de las respuestas ausentes y de las explicaciones vacías. Estaba harta de tener que consolarle. A veces deseaba tener que pasar la enfermedad ella sola.

—¿Te enciendo la tele?

—No, Marcos, prefiero que me pases mi libro.

—¿El libro?

—Sí.

Marcos se quebró de nuevo. El libro estaba completamente mojado. Lucía había vomitado sobre él y su esposo lo había llevado al baño para secarlo. Estaba leyendo El abanico de seda de Lisa See. Trataba del encuentro de almas gemelas. Marcos era la suya, estaba segura.

Se quedaron viendo una película. Era domingo. Uno de los días más largos de la semana para ambos. Los lunes Marcos salía a trabajar temprano y Lucía se quedaba en la cama. Se levantaba tarde y con cuidado, caminaba hacía la cocina y se preparaba un té. Apenas comía, todo lo que se llevaba a la boca se convertía en una arcada que la hacía arrodillarse frente al inodoro. Había probado muchas recetas para calmar el dolor. Mezcolanzas de todo tipo, todas a base de cebolla, hojas de alcachofa y semillas de anís. A veces pensaba que esas medicinas caseras eran peores que la misma quimioterapia.

Aquel lunes Marcos llegó más tarde de lo habitual. Lucía se sentía culpable por el alivio que esa tardanza le provocaba. Más callado que de costumbre, su esposo se sentó a la mesa a comer algo y después ambos se fueron a la cama.

—¿Estás segura de que quieres ir sola mañana?

Lucía se quedó en silencio por un momento.

—No, Marcos. En realidad, ya no quiero ir más.

Marcos encendió la lámpara que acababa de apagar y se incorporó en la cama dirigiendo la mirada hacia Lucía.

—¿Cómo? ¿Por qué, Lucía? ¿Qué pasa? Estamos a mitad del tratamiento, no puedes dejarlo.

—No, no estamos a mitad del tratamiento. Yo estoy a mitad del tratamiento. La enferma aquí soy yo, Marcos. Y ya no quiero más.

—Lucía, te pido por favor…

—No, yo te pido por favor. Déjanos tener un tiempo de tranquilidad. Juntos, los dos.

—Pero si estamos todo el tiempo juntos.

—No, no es así, Marcos. Tú estás deprimido. Te la pasas llorando en el baño a escondidas.

—Pero yo…

—Déjame hablar, mi querido Marcos. Solo escúchame te lo pido.

Marcos se quedó en silencio. Las lágrimas le ardían en los ojos y sentía más apretado el nudo de su garganta.

—¿Sabes lo que encontré hoy? Encontré las cartas de amor que me enviaste antes de que fuéramos novios. 52 cartas. Una por cada día que te rechacé, que te dije que no quería estar contigo, que no me gustabas, que prefería estar sola. 52 días de batalla por mí. De esperar con paciencia, pero sin bajar la guardia. Dime ahora, Marcos, ¿hace cuánto que no luchas? ¿Hace cuánto que he dejado de valer la pena?

—Pero ¿cómo puedes decirme eso?

—Marcos, te lo digo porque te amo. Porque desde el día en el que comprendí que no podría estar con otra persona el resto de mi vida, te convertiste en mi guerrero, en el héroe de mi historia. Te necesito conmigo así, fuerte como una roca. Ambos sabemos cómo terminará este cuento, amor mío, pero para darle el final que merecemos, quiero tenerte a mi lado disfrutando de la certeza de que somos felices y de que no nos equivocamos.

Las lágrimas de Marcos se deslizaron como ríos sigilosos a lo largo de sus mejillas. Se abrazaron. Se besaron. Hicieron el amor, sin temor. No hubo dolores, ni vómitos, ni desmayos.

Lucía se marchó una cálida tarde de verano. Se fue agarrada a una tibia brisa que acarició con dulzura la frente dormida de su Marcos.


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Consigna:

Para el ejercicio de hoy, Ezequiel Mandelbaum, cocreador de La gente anda diciendo, propone crear un texto a partir de tres frases recogidas de su archivo. 


Las tres frases las encuentran al final del video y también las pueden leer acáacá y acá (en Argentina, chabón se utiliza de manera coloquial para referirse a un chico o a una persona que no se conoce).

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