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Mostrando las entradas de octubre, 2020

Isabel y Javier - Día 5

 Por Ana Rosa López Villegas Él tenía 13. Casi 14. De esto me enteré después de que se me declaró. Fue un 29 de abril, miércoles a las 5:17 de la tarde. Tras el primer beso que me dio no me importaba si tenía 12, 11 o 10. Yo tenía 17. Era mucho más alto que yo. Su timbre de voz de hombre mayor me desarmaba. La primera noche que salimos me tomó de la mano y caminamos sin rumbo. Por horas. Hablábamos y en cada esquina nos besábamos. Mi cara era pura sonrisa. Mi estómago, puro revoloteo de mariposa. Mis labios, un pozo infinito de humedad. Y mi lengua, una yegua briosa. Llegué a casa a la medianoche. Mi madre me esperaba despierta, dispuesta a escuchar hasta el último detalle. —Me encanta, mamá, me encanta. —Ya veo, niña, ya veo. —Estoy e na mo ra da. Mi madre se reía. —Eso aún no lo sabes, Isabeliña. Deja pasar el tiempo, hasta que sepas que no es solo una ilusión del momento. —No, no lo es mamá. Lo amo. —A saber, Isabeliña, a saber —me decía mi madre y me golpeteaba la f

Cuidado con lo que haces - Día 4

   Por Ana Rosa López Villegas Cuidado con lo que haces. Cuidado con lo que haces. Cuidado con lo que haces. Desperté empapado en mi propio sudor. Tenía un dolor insoportable en la mano derecha. Apenas podía moverla. Mis ojos cansados no eran capaces de encontrar en la penumbra la herida que me ardía. En octubre las mañanas ya no son claras. El sol se despereza como una letanía y solo la lluvia se deposita como un lengüetazo de humedad sobre los cristales de la ventana. Con esfuerzo alcancé la lámpara de mi velador. La luz amarilla del foco me hizo cerrar los ojos como si de un destello láser se tratara. Mis uñas estaban completamente ensangrentadas. Incrustadas en las yemas de mis dedos encontré unas astillas de madera oscura y muy pequeñas. Una involuntaria queja de dolor escapó de mi boca. Al escucharme, Penélope se acercó hasta el borde de mi cama. Movía la cola como todas las mañanas. Me extrañó verla sola, sin Corina encaramada sobre su lomo. Me lamió los dedos. El paseo

El cuaderno de los rencores - Día 3

 Por Ana Rosa López Villegas El reloj estaba a punto de marcar las tres. Fabricio tenía clavadas sus pupilas en la puerta del salón. Cada segundo le parecía eterno y cada palabra que pronunciaba el maestro le sabía a pachotada. Aprisionado bajo sus manos, su cuaderno de hojas cuadriculadas y forro azul le parecía un pedazo de metal hirviente que le calcinaba. Era el único que cargaba y que abría solamente cuando estaba a solas. Ni bien terminó la clase, Fabricio salió disparado. Con su libreta bajo el brazo, no paró hasta llegar a la biblioteca universitaria. Allí, en el rincón de los clásicos de la literatura universal, se sentó a la mesa, tomó su cuaderno y sacó de sus entrañas un lapicero negro que estaba unido a la tapa con una cuerda que alguna vez fue blanca. En los bordes de las hojas estaban pegadas pestañas adhesivas de diferentes colores y con todas las letras del abecedario escritas. Revisó las primeras páginas leyendo a la rápida el registro de sus rencores.   A - Ali

Mi wikipedia - Día 2

 Por Ana Rosa López Villegas El Salón de la Concordia Festiva En el centro de la ciudad de Piedras (capital de Punta Calma) se encuentra la imponente estructura de El Salón de la Concordia Festiva. Pocos lugares cuentan con la belleza y el lujo de este salón de fiestas en el que las personalidades más reconocidas de todos los ámbitos de la sociedad calmeña y del mundo entero han dejado su huella de baile. Se trata de una sala de forma oval y amplia que puede albergar hasta 1500 huéspedes. El piso de mármol nacarado armoniza con los ventanales que rodean el salón. Estos fueron elaborados con piezas de cristal de enormes dimensiones. En los registros de construcción no se halla ni una sola referencia a accidentes ocurridos con estos ventanales y todavía no se conocen con certeza las técnicas que se usaron para instalar los vidrios en los marcos hechos de madera de roble y bordes de metal. Se sabe, por los informes de prensa de la época, que el salón fue construido bajo estrictas norm

La Concordia Festiva - Día 1

 Por Ana Rosa López Villegas Me daba igual el vestido. Me importaba llevar los zapatos blancos, los de mi boda. Los encontré en el último rincón del armario. Seguían guardados en la bolsa de seda en la que los había comprado. Tenían el color de la luna en tardes despejadas. Me enamoré de ellos en cuanto los vi y los he conservado por más de cincuenta años. Me alegra no haber tenido hijas a quienes hubiese tenido que heredarlos.  Con esos tacones comencé a caminar contigo, viejo querido. Antes de salir me miré al espejo, una vez más. Me pinté los labios con ese labial color vino que tanto le gustaba a mi marido. Tomé la invitación y decidí ir caminando. Hacía tiempo que no iba al Salón de la Concordia Festiva.  ¿Te acuerdas, viejo? Allí festejamos nuestras bodas de oro, exactamente cinco meses antes de que te marcharas. Así que esta es la primera fiesta a la que iré sola, sin apoyarme en tu brazo, sin ir desgranando carcajadas por cada una de tus ocurrencias y tus ideas alocadas. ¡Q