Tuve que
arrodillarme para rascar el suelo. Mis uñas hacían de herramienta. Con ellas
rasqueteaba las puntas de la cinta adhesiva blanca que estaba adherida a la
madera. Cuando el masking tape se desprendía de la superficie, lo cogía
con el índice y el pulgar y lo iba despegando con cuidado para que no se
rompiera. Me gustaba estirar la cinta, me causaba satisfacción. Pero eran
demasiados restos de tirro en un espacio de apenas dos metros cuadrados.
Me puse de
pie y miré aquel espacio cuadrangular. Era el recibidor del departamento que
estábamos a punto de dejar. Si hablara, diría que fue el lugar más trajinado de
la casa. Quizá más que el baño o la cocina. Le he llamado recibidor, pero otros
le dicen zaguán, vestíbulo, pasillo o antesala. Si hablara también diría que se
convirtió en el sitio más entretenido de la casa. Para entrar o para salir;
para ir a la sala o pasar a la cocina, siempre teníamos que caminar por allí.
Era un vestíbulo que no podría haberse quejado de claustrofobia. La puerta
principal, la puerta de la cocina, la puerta de la sala y la entrada del
pasillo desembocaban todas en su pequeño cubículo.
Cuando
compramos aquel piso, no teníamos casi nada. Los cajones de la mudanza que venían
desde Alemania tampoco traían muchos muebles que pudiéramos usar; solo objetos
personales, fotos, juguetes, libros, papeles y un atado de nostalgias por
desempolvar. De a poco fuimos armando cada espacio. Compramos camas, veladores,
sillones y electrodomésticos. Los dormitorios, el escritorio, la cocina y la
sala se convirtieron de pronto en nuestro hogar. Pero el recibidor era el
blanco de nuestras indiferencias cotidianas. Era injusto. En él se daban los
besos de despedida o los de bienvenidas. En él se recibían los recados, los
paquetes del correo y a veces los portazos después de las discusiones. Ni un
solo cuadro colgaba de las tres paredes que tenía. Aun así, él aguardaba
paciente el momento de su gloria.
Todo
teníamos, menos un jardín. Vivir en el piso 19 de un edificio ubicado en el
centro de la ciudad, les quitaba a mis hijos la posibilidad de poder corretear
en un espacio abierto. Sin televisor y por ende sin videojuegos, mis hijos
jugaron primero con las cajas de la mudanza. Se trepaban, se escondían, las
brincaban, las pintaban y las recortaban como querían. Pero el cartón no es
eterno y tras llegar a su final, el papel usado que se acumulaba en el
escritorio se convirtió en el próximo tesoro a explorar. Empezaron haciendo dos
jugadores de fútbol con las hojas recicladas. Les pintaron cara, cabellos,
uniforme y un número en la espalda. Un buen día la producción de futbolistas se
había extendido tanto, que pronto pudieron jugar con todas las selecciones que
asistían al mundial. La pelota, los árbitros y las tarjetas también tuvieron su
lugar, así como los hinchas del público que gritaban desde las tribunas. Solo
faltaba la cancha. Así surgió la idea y el zaguán se relamió la indiferencia.
El estadio fue tomando forma. El contorno de la cancha, las líneas de meta, el
área de gol, las esquinas para el corner, las bandas laterales y el
mediocampo; todo se detalló con tiras de cinta adhesiva. El campo de juego se
inauguró sobre el mismísimo suelo del recibidor. Los goles más apasionantes,
las jugadas más brillantes, así como las faltas más detestables, derrotas y
triunfos quedaron registradas en ese espacio. Los gritos de los fanáticos, sus
lágrimas y sus sobresaltos, todas las emociones quedaron allí grabadas.
Con el
pasar del tiempo, de la cera para piso, de la escoba, del trapeador y del
ajetreo cotidiano, la cinta adhesiva fue haciéndose uno con la madera.
Despegarla fue un proceso de ardua entrega. No fue fácil desnudar aquel zaguán
de su historia de glorias y derrotas, era como despojar de sus recuerdos a un
guardián de la memoria.
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Consigna: Para la consigna de hoy, Rommel Manosalvas, ganador del Segundo Mundial de Escritura, propone desde Ecuador el siguiente ejercicio: recorré tu casa y observá tu entorno inmediato, ¿qué te dice la arquitectura del lugar?, ¿qué te dicen los objetos a tu alrededor y los espacios de tu casa?
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