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La espantapájaros del mal - Día 8 (el 7 fue franco)

 

 Por Ana Rosa López Villegas


Mi boca, un par de membranas gruesas que se abren y se cierran como si fueran la branquia de un pez. Ya nada queda de mis labios carnosos ni de mi lengua. Mi voz es ahora un chillido agudo que se convierte en un bramido gutural. Un gemido. Una carcajada.

 

***

 

—¡Shhh!

—¿Qué pasa?

—¡Habla en voz baja!

—Bueno, pero ¿por qué?

—¿No escuchas?

—…

—¿Escuchaste? ¿Qué es eso?

—Sí. Me parece que viene de la habitación de la regente.

—¡Vamos!

—¡No! Si se da cuenta de que pasamos la noche juntas, el castigo será el peor.

—No seas cobarde, Manuela, ¡vamos!

—Te digo que no. Vamos a quedarnos aquí, juntas. Hace tiempo que no lo hacemos, Violeta, te lo pido por favor.

—Está bien.

Pero no estaba bien. Violeta no podía quedarse con la intriga. Nada detenía su curiosidad, ni siquiera una noche de abrazos. Siempre pensé que el internado no era el lugar que su imaginación se merecía. Por lo menos yo podía salir los fines de semana y pasar el tiempo con mis abuelos en su casa de campo. Violeta tenía que esperar hasta diciembre para ver a sus padres y a su hermano.

La noche que escuchamos esos ruidos extraños que provenían de la habitación contigua, Violeta me había contado que la regente, la señorita Retamozo, había pasado el día entrando y saliendo de su habitación. La llamábamos la espantapájaros del mal. Era un mujer cruel y estricta. Todas las chicas del internado le tenían pavor.

—¿No la notaste nerviosa? —me preguntó cuando ya estábamos acurrucadas en mi cama.

—Sí, tienes razón, un poco quizá.

—Hay algo en su habitación, Manu, estoy segura.

—Sí, pero no lo vamos a averiguar, Viole. Faltan dos días para el fin de semana y quiero salir de aquí y en dos semanas nos darán el permiso para que puedas visitarme en la casa de mis abuelos. Tengamos paciencia, si la espantapájaros del mal nos pilla, no podremos salir juntas.

—Ya, no te asustes —me dijo con su voz como caricia. Me pasó la mano por la melena y me delineó con sus dedos las cejas y los párpados. Miré sus ojos, azules como el mar, profundos como la noche, le di un beso y ambas nos quedamos dormidas.

A la mañana siguiente solo encontré la huella fría de su cuerpo al lado del mío. Eran las siete. El sol ya se había apoderado de mi habitación. Me había olvidado bajar las persianas la noche anterior. Apenas tenía media hora para alistarme y asistir a la primera clase del día. Me hice como pude una cola desordenada y sacudí la falda del uniforme tanto como para quitar las arrugas que tenía en la parte delantera.

—Cuando Viole se enteré que nos acostamos sobre mi falda, se va a morir de risa —dije en voz alta, anhelando escuchar las carcajadas de catarata de aquella niña que había salvado mi vida en aquel lugar tan oscuro. 

La primera hora de francés transcurrió aburrida. Esperaba la pausa con impaciencia. Quería ver a Violeta y preguntarle a qué hora se había ido de mi habitación y por qué no me había despertado.

No la encontré en el recreo. Nadie la había visto. En la clase de matemáticas mi corazón comenzó a latir con fuerza. Su pupitre estaba vacío. Ni siquiera sus libros están debajo de la mesa. Al final de la clase no aguanté más y subí corriendo a su dormitorio. Toqué la puerta varias veces y me decidí a entrar. El lugar estaba ordenado, dispuesto como para una nueva alumna. El ropero y los estantes estaban vacíos.

—Señorita Camargo. ¿Se puede saber qué está haciendo aquí? —la voz de Retamozo me hizo dar un salto. La miré con angustia.

—¿Dónde está Violeta? —le pregunté tratando de dominar mi ansiedad.

—La señorita Oviedo ha abandonado el internado.

—Pero eso no es posible. No me dijo nada.

—Seguramente ya le escribirá una carta. Le ordeno que ahora deje esta habitación y se dirija al patio con el resto de las alumnas.

Sentía que me habían vaciado el cuerpo. Hasta las lágrimas. Un silencio absurdo habitaba mi cabeza. Me sentía mareada. En la noche, después de la cena, entré a mi habitación y vomité. Entonces pude llorar ahogando mis gritos sobre la almohada. No entendía nada de lo que pasaba. Esperé hasta las nueve, cuando las luces de los pasillos se apagaron, salí sigilosa hasta la habitación de la espantapájaros. Solo tenía quince minutos antes de que terminara su primera ronda de control nocturno.


 ***


Mi cuerpo es una voluminosa verruga prendida al vientre de este monstruoso engendro que me domina. Ya no puedo ver, pero sé que hay otros seres como yo. Esclavos de esta agonía infinita. ¡Cómo te extraño mi dulce Manuela!


 ***


Abrí la puerta de la habitación de la regente. En cuanto mis ojos se acostumbraron a la penumbra, un grito salió de mi boca como un caballo desbocado. Convertidos en dos guiñapos ensangrentados, vi las pupilas azules de mi amiga, incrustadas en el cuerpo putrefacto de un ser amorfo y descomunal. Era la espantapájaros del mal.

 


---


Consigna: Para la consigna de hoy, desde México Fernanda Melchor propone lo siguiente: imaginen que un personaje o grupo de personas escuchan a la noche un ruido de naturaleza irreconocible y que al parecer proviene de la casa o departamento contiguo. Escriban un texto sobre qué pasa a continuación: ¿qué creen estas personas que está sucediendo? ¿Cómo reaccionan? ¿Cómo van a descubrir el origen del ruido?

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