El 2010, un poco antes de volver a Bolivia (y sin saber que así sería) y después de casi diez años viviendo en Europa, me decidí a buscar un grupo de literatura o un taller de escritura creativa en el que pudiera compartir mis escritos con otras personas. Por entonces la vida transcurría de manera presencial, las ofertas digitales estaban alejadas de mi interés y no eran precisamente lo que yo quería.
Un buen día
encontré en internet la referencia de la Literatenrunde e.V., una asociación de
literatos aficionados que se reunía cada dos semanas en el centro de la ciudad,
en la Künstlerhaus de Karlsruhe, la casa de los artistas en español. Recuerdo
que llamé por teléfono y anoté la fecha de la siguiente reunión, un martes a
las 7 de la noche. Identificada la dirección a la que debía dirigirme, me di
cuenta de que no quedaba lejos del lugar en el que vivía por esos años. Al
primer encuentro al que asistí no sé bien si llegué en bicicleta o en tranvía,
lo que nunca olvidaré es que para llegar tuve que pasar por la callecita roja
de Karlsruhe, al menos la única que conozco.
La Brunnenstraße o calle del pozo (de los deseos) es una arteria muy breve en la que hay locales nocturnos en ambos lados. Lo que más me impactó fue ver a las chicas exhibiéndose en las vitrinas instaladas en las entradas de los boliches. Era difícil no mirarlas, todas ellas con poquísima ropa, maquillaje llamativo y moviéndose en sus cubículos cual gatas en celo. De las casas de citas salían hombres de todas las edades y en las afueras daban vueltas otros tantos, indecisos quizá. Uno no tarda más de 3 minutos en cruzar esa pequeña vía. Cuando finalmente llegué a mi destino sopesé la idea de tener que pasar por la Brunnenstraße cada dos martes. Tomar otro camino al morbo significaba dar una vuelta enorme por la ciudad.
Ya en la
reunión saludé y me presenté. Por supuesto que no conocía a nadie, ni de caras
conocidas podía hablar. La mayoría era gente mayor, bastante más que yo. Todos
leyeron sus textos, poemas, cuentos, capítulos de sus novelas. Cuando me tocó
el turno de leer, pues dije que no tenía nada y que escribía en español y no en
alemán. La reacción de Fritz fue única y hasta ahora se la agradezco. Dijo que
no había ningún problema, que podría leer mis escritos en español y
traducirlos. Para mayor sorpresa, Fritz había vivido y trabajado en Bolivia algún
tiempo así que el español no era una dificultad para él. Era la única
extranjera en el grupo, al menos la más visible. En el camino de vuelta a casa
iba rumiando la idea de tener que traducir mis textos. Sí, volví a pasar por la
calle ardiente y ni me inmuté, así pasaron a segundo plano las desnudas curvas de
aquellas muchachas, mientras yo pensaba en cómo funcionaría eso de traducir mis
letras.
Al día siguiente
me puse manos a la obra y comencé a escribir en alemán. Tenía dudas, muchas,
pero confiaba en mi gramática y sobre todo en mis ideas. Al final salió el primer
texto que leí con emoción y expectativa en la siguiente reunión. De allí en adelante
no dejé de hacerlo. A veces me cuesta más que en español, está claro, pero
también logro transmitir los sentimientos y las sensaciones que suelen contener
mis letras escritas en mi lengua materna. Hoy, una década más tarde, sigo
siendo miembro de la Literatenrunde e.V., escribo mis textos y los comparto en
un espacio virtual al que accedo sin pasar por callecitas rojas y siento la
misma satisfacción que al principio. Goethe y su idioma, ¡qué regalo!
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Hoy quise escribir un texto corto para acompañar a una de las últimas poesías que escribí en alemán, al final me salió todo esto. Espero que disfruten de la historia y la poesía. La traducción al español suena muy distinta a la versión original en alemán.
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