Encontré el libro en una de las pocas librerías de Karlsruhe –si no la única– que ofrece literatura en español. El nombre y la portada me llamaron la atención: En el nombre del Cerdo del español-catalán Pablo Tusset. Era la primera vez que leía el nombre de ese autor. Invadida por la curiosidad me decidí por la primera página de la obra antes que por la sinopsis de la contratapa. Las primeras líneas me arrancaron una corta carcajada y fue suficiente para erogar los casi 10 euros que me costó. Tampoco fue difícil obviar el precinto amarillo chillón que rodeaba el libro anunciando que se trataba de la segunda edición y 100 mil ejemplares vendidos, me pregunté entonces si se trataría de un best seller, me queda la duda todavía (¿?).
La estructura del libro está inspirada en la obra pictórica del artista español conocido como El Bosco: El jardín de las delicias, es así que los capítulos de la novela reciben el nombre de En el infierno, para referirse al aciago pueblo en el que se acaba de cometer un escabroso crimen: han asesinado a una mujer obesa en el matadero de cerdos y la han despedazado tal cual se tratara de un porcino más, siguiendo paso a paso el sacrificio de estos animales. En el Paraíso, para ubicar al lector en la ciudad de Nueva York y presentarle al segundo protagonista de la obra, un inspector de policía llamado T, quien se ha enamorado no sólo de una gran metrópoli, sino también de la chica que le atiende en el trámite de una beca de residencia en los Estados Unidos. Y En el Mundo… normal, por decirlo de alguna manera, en el que se abre paso el cotidiano y acogedor mundo del comisario principal Pujol, quien está a punto de jubilarse y deseoso de dedicarse de lleno a su esposa, Mercedes.
La trama sabe mantener al lector interesado y sobre todo ansioso de avanzar página a página, la historia transcurre ágil y sólo en ciertas escenas se siente una pizca de tedio. El capítulo final –antes del epílogo– no desenmascara abiertamente al asesino de la mujer obesa, más bien echa luz sobre el porqué de algunos pasajes y actitudes anteriores de los personajes principales, especialmente sobre ciertas (re)acciones de corte psicópata del inspector T, así también el destino del comisario mayor Pujol es una conmovedora e inesperada disolución. Estos últimos párrafos me dejaron una íntima sensación de temor y desasosiego que esperaba rematar con el final. Pero lo que En el nombre del cerdo no se merecía es el final que el libro ofrece, aunque éste no da la impresión de estar inacabado, es por demás impreciso y hasta cierto punto un intento fallido de dejar la llama viva del suspenso y del misterio. ¡Frustrante!
Cuando luchamos para que las pequeñas y las grandes tristezas que nos acechan no se conviertan en un presente constante que nos nubla la mirada y nos achica el corazón, recurrimos usualmente a las lágrimas que no son otra cosa que tristezas en estado líquido que se expulsan por lo ojos. En otros casos nos construimos en el alma un cuartito secreto repleto de tristezas y al que acudimos a veces voluntariamente para sentirnos un poco solos y un poco vivos, porque las tristezas son manojos de sentimientos que en cierto momento nos permitieron hacernos un poco más humanos, un poco más sensibles y un poco más miedosos. Una tristeza no nos hace valientes, una tristeza nos insinúa con diplomacia lo débiles que podemos llegar a ser, lo vulnerable que se presenta nuestro corazón ante un hecho doloroso e irremediable como la muerte, lo implacable que es la realidad y lo desastrosos que pueden verse sus encantos cuando no llevamos puestos los cristales de la mentira. Cuando pienso en mis...
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