Por Ana Rosa López Villegas Cierro los ojos y vuelvo a oler la quirquiña. Se me hace agua la boca pensando en ese espectáculo de sensualidad y aroma picarón que el verde de sus hojitas, ellas recatadas, guarda en secreto hasta que llega la hora de machacarlas sobre el batán. Solo basta pronunciar su nombre bullanguero para sentirse contento y con ganas de bailar. Prefiero quirquiña antes que porophyllum ruderale , o papaloquelite, denominaciones con las que también se conoce a esta hierbita del paraíso que otros bautizaron como cilantro boliviano. —¿Qué es eso, abuelita? —Un batán. Y yo me preguntaba para qué servía un bloque de piedra de tales dimensiones y el barco del mismo material que reposaba encima de él. Parecía una media luna gordinflona que tenía dos superficies circulares, separadas entre sí, en la parte superior de su panza. Unas pecas blanquecinas sobresalían divertidas sobre toda la planicie negruzca de su ser. —¡No se toca! — me advirtió mi abue...
Definir LITERATURA se me hace difícil y sin embargo me arriesgo a ESCRIBIR y así me someto a la crítica y a la lectura. La letra late.