La historia que está a punto de empezar no puede llegar a un final…
La ciudad
de este cuento se llama Sociedad, es grande, inmensa, llena de ruido, de luces,
de movimiento y ahora más porque es Navidad. Las vitrinas, ¡qué colores y
cuántos juguetes! Y en el ajetreo de la gente una pequeña niña de tan solo
ocho años tenía la carita rajada y sus pequeñas manitos estaban sucias y
resquebrajadas. Ella no entiende lo que pasa solo sabe que el cesto de dulces
que lleva debe estar vacío antes de llegar a casa y de pronto un empujón:
—¡Retira
niña! ¿No ves que tengo prisa?
Y siguió
así, caminando a duras penas, porque los zapatos tan pequeños que llevaba
puestos le apretaban los dedos.
—¡Que
incómodo! —se decía —Sería mejor sacárselos.
Empezaba ya
a caer la tarde y la metrópoli despertaba a su vida nocturna entre luces de
neón y chillones bocinazos.
La pequeña
en su andar se paró frente a una gran vitrina, completamente iluminada con
destellantes estrellitas que hacían juego con el verde arbolito de Navidad que
se exhibía en el aparador más grande de la tienda. Había que ver los ojitos
de la niña tan grandes y saltones, se perdían en la vitrina que estaba llena
de muñecas. La niña suspiraba:
—¡Qué
lindos vestidos!
Cuántos
sueños pasaron por aquella cabecita, la niña se había quedado prendada a la
vitrina, miraba las hermosas muñecas con tristeza.
Sintió
entonces que alguien le tocaba la espalda y como quien despierta de un sueño
la pequeña se dio la vuelta y en frente suyo se encontraba otra niña que le
preguntaba por los dulces.
Nuestra
pequeña amiga había quedado con la boquita abierta por el asombro, la niña
que tenía enfrente era hermosa con un reluciente vestido y unos zapatitos
brillantes, regordeta y sonriente miraba los dulces con picardía y mientras
escogía alguno nuestra pequeña pensaba que a lo mejor ella era una de las
muñecas que había visto en la vitrina.
La pequeña
vendedora no salía de su asombro, jamás había visto una niña así. Muy
tristemente se preguntaba porque ella no podía ser una niña muñeca como la
que había acabado de ver y en silencio, después de esa reflexión se perdió
en el bullicio y ajetreo de la gente indiferente… vendiendo los dulces que ella
no podía comer.
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Hoy quiero compartir con ustedes un cuentito de navidad que escribí cuando tendría unos 12 años, es decir hace muchos años. Cuando nos mudamos a Alemania empaqué mi colección de libros de Frida Kahlo y todos, pero todos los textos que alguna vez había escrito a mano y mi alegría fue inmensa el día que encontré este relato escrito en máquina de escribir, sí, ¡máquina de escribir! Son un puñado de letras al que le tengo un cariño inmenso porque guardan en el fondo a la pequeña escritora que fui. He corregido solo un par de errores ortográficos, no edité nada.
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