Lunes, 14 de
septiembre de 2020
El año escolar en Bolivia comienza en febrero o a finales
de enero como era el caso cuando era profe en el colegio de mis hijos. De cualquier
forma, ese “comenzar” estaba amarrado al impulso que el inicio de un nuevo año nos
imprime. En Europa, dependiendo del lugar, el colegio arranca en agosto o en
septiembre, pero siempre cuando el verano está por irse con el sol empacado en
su maleta, cuando los días se hacen más cortos y los atardeceres descuidados ya
por la luz le dan rienda suelta al frío del otoño.
Cuando llegamos al pueblito en diciembre del 2019, mis hijos
iban al colegio cuando todavía la mañana era noche y el invierno atisbaba desde
los troncos pelados del bosque. Esa era nuestra nueva normalidad cuando nos mudamos.
Luego vino el virus con corona y se sopetón nos mandó a guardarnos en casa. Nos
acostumbramos con atoros al homeschooling y tras largas semanas sin
pisar las aulas los colegios reabrieron sus puertas y los chicos volvieron a
pasar clases. Asistían cada dos días y en horarios muy distintos y dispares. Después
volvió el fútbol con entrenamientos de lejitos, sin chances de “meter cuerpo”
en las prácticas. Y finalmente llegó el verano con su facha tan holgada y su perfume
de lago y de parrillada, con su sabor a helado y a hierba recién cortada.
Y así, desde mediados de marzo hemos estado juntos, prácticamente
sin separarnos, porque si no estaba el uno, estaba el otro y siempre había una
bullita en la casa. Esa era una parte de nuestra nueva-nueva normalidad. Pero hoy
volvió el colegio y al margen de todas las medidas de bioseguridad que deben
cumplirse como, por ejemplo, el uso del barbijo y el distanciamiento social,
todo indica que la gestión educativa transcurrirá sin sobresaltos. Entre tanto
me he propuesto retomar los paseítos matutinos con Zeus, porque ahora hemos vuelto
a estar los dos solos-acompañados en casa y mientras las mañanas todavía sean de
luz y las bajas temperaturas respeten la distancia, nos haremos uno con las
sendas y los recovecos del bosque. Y si nos toca estar adentro, él volverá a su
modo alfombra de pelos y yo al mío de soliloquio multitarea. Ambos esperando la
llegada de los tres hombres que nos complementan.
Por eso puedo decir que hemos vuelto a nuestra vieja-nueva-normalidad.
Sí, ya sé que suena a enredo de adjetivos esta normalidad, pero es la forma en
la que yo la entiendo, es como la siento. A veces se parece a mis madejas de
lana, traviesas y desconsideradas, enmarañadas sin principio y sin final. Otras
veces se ve como un tejido parejo y simétrico, sin puntos sueltos. ¿Pero saben
qué? No hay nada más satisfactorio que pasar horas, despotricando o no,
mientras desenredo un chenko de lanas o nada más lindo que admirar sin pausa un
tejido bien hecho. Así también la vida.
Ana Rosa
Comentarios
Publicar un comentario