En algún lugar de Caracas cuyo nombre no conozco nació hace ya casi cien años Mamá Carmen, y ese mismo día nacieron también mis hijos, los bisnietos, o por lo menos una mitad de ellos, pues en algún lugar de mi pequeño Oruro hace ya casi cien años, nació la Abuela Helena y con ella la otra mitad de mis vástagos, los bisnietos. El misterio de la vida y el de la muerte sin embargo, no permitió que los bisnietos conocieran en persona a sus bisabuelas. Estando en lugares tan bellos y tan distantes, las bisabuelas tampoco llegaron a conocerse en persona, aquí en la Tierra. Me las imagino en el Paraíso, conversando, cantando, cocinando exquisiteces, compartiendo recetas y los secretos culinarios de las hallacas, las humintas, el pan de jamón, la lagua de choclo, las caraotas, el ají de fideo. Estarán –quizás– mirando a través de las nubes, apoyadas en la luna con los ojos dirigidos a sus raíces: las pupilas claras de Mamá Carmen y las oscuras de la Abuela Helena, estarán sonriendo, bendiciendo, guiando.
Abuela Helena, me arropan todavía en el recuerdo la dulzura de tu cariño, tu paciencia, tu dedicación y tu entrega. De ti tengo los ojos y la flor con la que adornaste mi segunda gracia.
Mamá Carmen, te conocí muy poquito, pero te conocí… como el grueso tronco de un frondoso árbol, como la vena que sigue viva, que late y se renueva.
Seguro esperan ansiosas la caída de las noches para derramarse desde arriba y caer en forma de caricias sobre las mejillas de sus tataranietos, bisnietos, nietos y de sus hijos. A veces las confundimos con lágrimas y hay quienes nos bañamos de ellas en ocasiones diversas. Me las imagino compartiendo pesares que ya no duelen, pérdidas que allá arriba ya no hacen falta, criando hijos que se marcharon antes y después de ellas, enviando ángeles y escondiéndolos en los rincones que menos nos preocupan y que más nos acechan. La abuela Helena revivirá los largos días de su vida en la Mina San José, las noches de escuela, las madrugadas de trabajo, los carnavales y los viajes de familia hasta el santuario de Cala Cala. Mamá Carmen recordará las olas del mar, la brisa, la arena, el alegre bullicio de las fiestas y de los niños, de los turpiales coloridos de su patio.
Juntas suman 18 hijos, 33 nietos, 40 bisnietos y 2 tataranietos… semillas que florecen cual jardín inmenso. Dos vientres que se multiplicaron, dos corazones que no hallaron límites para el amor y la entrega; para la entereza. Dos mujeres, dos abuelas, dos raíces, dos mareas.
En la sinuosa y traviesa silueta del destino, los caprichos del corazón parecen no tener cabida, dos de los frutos de las abuelas que durante su niñez jamás siquiera lo soñaron, se encontraron al otro lado del gran charco, en una tierra ajena se enamoraron, se vivieron, se casaron y también se multiplicaron. Dos hojitas tiernas y verdes –como muchas de las que siguen creciendo en esta maravillosa enredadera– son los bellísimos hijos que Papá Dios nos ha regalado.
Carmen Helena, un solo corazón que palpita incansable; savia mística que no conoce de fronteras.
Abuela Helena, me arropan todavía en el recuerdo la dulzura de tu cariño, tu paciencia, tu dedicación y tu entrega. De ti tengo los ojos y la flor con la que adornaste mi segunda gracia.
Mamá Carmen, te conocí muy poquito, pero te conocí… como el grueso tronco de un frondoso árbol, como la vena que sigue viva, que late y se renueva.
Seguro esperan ansiosas la caída de las noches para derramarse desde arriba y caer en forma de caricias sobre las mejillas de sus tataranietos, bisnietos, nietos y de sus hijos. A veces las confundimos con lágrimas y hay quienes nos bañamos de ellas en ocasiones diversas. Me las imagino compartiendo pesares que ya no duelen, pérdidas que allá arriba ya no hacen falta, criando hijos que se marcharon antes y después de ellas, enviando ángeles y escondiéndolos en los rincones que menos nos preocupan y que más nos acechan. La abuela Helena revivirá los largos días de su vida en la Mina San José, las noches de escuela, las madrugadas de trabajo, los carnavales y los viajes de familia hasta el santuario de Cala Cala. Mamá Carmen recordará las olas del mar, la brisa, la arena, el alegre bullicio de las fiestas y de los niños, de los turpiales coloridos de su patio.
Juntas suman 18 hijos, 33 nietos, 40 bisnietos y 2 tataranietos… semillas que florecen cual jardín inmenso. Dos vientres que se multiplicaron, dos corazones que no hallaron límites para el amor y la entrega; para la entereza. Dos mujeres, dos abuelas, dos raíces, dos mareas.
En la sinuosa y traviesa silueta del destino, los caprichos del corazón parecen no tener cabida, dos de los frutos de las abuelas que durante su niñez jamás siquiera lo soñaron, se encontraron al otro lado del gran charco, en una tierra ajena se enamoraron, se vivieron, se casaron y también se multiplicaron. Dos hojitas tiernas y verdes –como muchas de las que siguen creciendo en esta maravillosa enredadera– son los bellísimos hijos que Papá Dios nos ha regalado.
Carmen Helena, un solo corazón que palpita incansable; savia mística que no conoce de fronteras.
Hola Ana Rosa: Gracias por venir a mi blog, pues yo hare lo mismo y vendre por aqui.
ResponderBorrarMe ha gustado mucho tu entrada, se ve que eres muy sentimental recordando a toda tu familia, la que esta y la que se fué, yo creo que es lo unico que queda sano y lo que de verdad merece la pena, la familia. Por eso ocurra lo que ocurra en la familia siempre se debe superar, pues lo unico que tenemos tamgible, lo demás no vale nada. Tu veo que lo tienes claro. Un saludo
Hola Curro:
ResponderBorrarGracias por tu comentario y por pasarte por mi blog. Definitivamente la familia es el centro, el asunto es aprender a salir adelante aun cuando está lejos.
Un abrazo,
Ana Rosa